Estos son "los momentos", los mejores, en realidad los únicos, cuando tomo un lápiz y veo la hoja en blanco. Al principio me taro, pienso que no voy a poder escribir nada. Mi mente está tan blanca como el papel y me asusto. ¡Nunca más voy a poder escribir! ¿Nunca más? ¡No, no puede ser! Me hundo en la desazón, hasta que un viento llega de alguna parte y mi mano se mueve y las palabras comienzan a surgir. No sé qué dicen pero mientras sigan surgiendo todo está bien. Es una sensación insuperable, las ideas van y vienen y las frases se van armando, se agolpan, martillean en mi cabeza. A veces son tantas que no lo puedo manejar y tengo que respirar, calmarme y esperar que se vayan organizando. Y es como si las palabras fueran tapando una a una las goteras de mi alma y restañando las heridas de mi corazón. Por momentos parece que lo escrito no tuviera sentido. ¿Cómo seguir? ¿Cómo va a terminar? ¿Tendría que parar aquí, hacer un bollito con el papel y tirarlo? Pero no, las palabras continúan fluyendo. Y cuando termino todo está bien, todo tiene sentido. No importa si es malo o bueno, a mí me sirve, me hace sentir completa. Pero no dura mucho, justo hasta que en mi cabeza empieza a rondar la idea de que fue lo último que escribí. No puedo sacármela de encima y poco a poco va abriendo nuevamente las goteras del alma y arañando mi corazón. Y así van pasando los días arrastrándome por la vida, lastimada y sangrante hasta que aparece de nuevo la voz de la brisa que trae las palabras y todo comienza otra vez... La incertidumbre: ¿lo lograré? ¿lo podré terminar? ¿será lo último que escriba?....Y llega el momento balsámico, el éxtasis, sólo un instante inmerso en la eternidad. ¡Es tan corto! Pero al menos me permite seguir viviendo.