Un torrente de fiebre inundó mi cabeza aquella fría mañana de invierno.
Después de comprobar que era inútil pedir ayuda, las alucinaciones no tardaron en aparecer, retirándome de la realidad para sumergirme en lo más profundo de mi inconsciente.
El primer delirio tenía que ver con un niño que desesperadamente pedía perdón a aquel asesino que descargaba toda su furia contra su pequeño e indefenso cuerpo.
Pude contemplar luego del homicidio del pequeño, como ese maldito necrofílico no tenía piedad de esa hermosa adolescente, ni siquiera después de haberle quitado su corta vida.
La tristeza convulsionaba mi cuerpo y la fiebre no me dejaba continuar. Pude sentir entonces una extraña furia contra mi mismo, la cual no sabía de donde provenía pero empezaba a dominar mi cuerpo.
Aquella fría mañana de invierno, luego de que el cuchillo entrara en mi estomago fui mi tercer y última victima.