Aun recuerdo cuando me imaginaba asesinándolo, su cuello parecía tan perfecto para ser recorrido con un cuchillo traspasándole la piel, él jamás habría imaginado lo que estaba pensando, cuando, acostados en la cama, después de ese sexo ocasional lo observaba detenidamente, quizá pensaría que me estaba enamorando. Pero lo que yo pensaba es como iba a borrar mis huellas de todo su cuerpo, del departamento, de su carro y claro, los mensajes de celular.
La primera vez que lo vi fue un día de Noviembre, traía puesta esa vieja camisa a cuadros que tanto le gustaba, tenía impregnado en la piel ese aroma agridulce que de forma inconciente me hacía pensar en sexo. Era un domingo cualquiera. Y desde ese día no pude dejar de pensar en él cada noviembre de mi vida.
En condiciones normales no habría ido a su casa en la primera cita, pero fui, en condiciones normales no habría tenido sexo con él, pero lo tuve. Yo sigo argumentando que fue el frío de Noviembre el que me hizo ir a su cama la primera vez y regresar cada año.
Hay pactos que se hacen sin precisar palabras, se dan por entendido y se respetan. Por eso nunca pude decirle cuando aquel otro noviembre, sin planearlo, lo empecé a extrañar.
Este noviembre volví a pensar en él. Y para no perder la circularidad volví también a su cama, ya no tiene ese aroma agridulce en la piel.
Como decirle que ya no lo necesito ni lo extraño, pero que es uno de los hombres de mi vida, así, sin romanticismo mal pagado ni arrumacos de quinta.
Hoy pase todo el día buscando ese perfume agridulce que me hace pensar en sexo. Sería un buen regalo de navidad.
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