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Querido amigo:
Quiero decirte que, que… Necesito ordenar mis pensamientos porque no puedo dejar de evocar tantos recuerdos. Mi memoria va y viene a través de la cinta del tiempo; no logro detenerla. Es que ¡cuántas vivencias y lecturas compartidas! ¡Tantas veces fui testigo de tus penas y alegrías! Me animaría a decir que fui tu confesor, porque hablar ayuda y yo te escuché. Te ayudé a que te escucharas, y eso sana y consuela.
No olvidaré jamás cuando, llorando, me contaste que te habían robado el ascenso en el trabajo. O aquella vez que me confiaste, secretamente, con un hilo de voz, la pasión que la empleada de la casa te despertaba, hasta que tu esposa la echó. Y cuando conociste a aquella chica en el gimnasio y no podías dejar de hablar de ella. Y los goles de tu equipo, cuando no los del contrario… A veces hartabas, pero siempre te escuché porque sabía que te hacía bien contarlo.
Recuerdo aquella época en que me visitabas tan seguido. Estabas incontenible. Como tampoco me olvido de todos aquellos intentos improductivos, te quejabas tanto… Y siempre estuve aquí, dispuesto a compartirlo todo.
Alegrías y derrotas; penas y glorias; amores y castigos; premios y odios. Soy tu amigo y confesor.
Por eso hoy, que estoy enfermo, te pido que te acuerdes de mí. Te ruego que me ayudes para que podamos seguir compartiendo esos momentos tan intensos y agradables. Y también para que no tengas que acarrear más baldes de agua que dañan tu espalda.
Repara mi resorte, por favor.
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Texto agregado el 02-01-2010, y leído por 118
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