Mientras cae el sol miro el horizonte. Miles de tonos rojizos y naranjas inundan el azul verdoso de mar, convergen en un espectáculo de prismas, explotando sobre las quietas aguas del océano en el que se pierden mis pensamientos.

Voy siguiendo esas luces que se reflejan sobre el agua, mientras mi mente vuela y se estaciona en ti.

Como una ráfaga de helada brisa, mis pensamientos me llevan hasta tu frío lugar, hasta tus inmensos bosques de pinos cubiertos de nieve en sus copas, logro divisar cada montaña, cada sendero pintado del más inmaculado blanco, y hasta las ardillas con las que en ocasiones te topas. Me imagino sentada al frente de la cabaña, a tu lado, charlando largas horas, tal vez de la vida, del futuro, del ayer, tomando chocolate caliente…

Por un instante regreso a mi cálida realidad, a mi solitaria playa caribeña, con sus tibias aguas que mojan mis pies y sus brillantes arenas suaves como la seda, y de pronto tengo la certeza de que tu, mi querido marinero, desearías estar aquí, conmigo, disfrutando de éste mar que tanto amas…

¿Cambiamos de lugar? O mejor… ¿Me acompañas?


(Para Carlos Alfonso, el marinero montañés que se ha sabido ganar mi corazón a punta de lindas palabras y de su desmesurado cariño. Quién comparte conmigo el amor por el mar y la montaña, y a quién le debo millones de abrazos prometidos guardados hasta que algún día tengamos la dicha de vernos cara a cara. Gracias por ser el ser especial que eres conmigo, y por compartir tu vida.)