Entre sollozos, Claudia alcanzó a musitarle al oído: –¿Desde cuándo dejaste de quererme?–.

Pero Roy no sabía que decir, porque en realidad no había respuesta para esa pregunta; porque esa pregunta no tenía sentido, porque en realidad siempre la quiso –y aun después del viaje, el sentimiento era mucho mayor–.

No respondió. El silencio entre los dos era infinito y el viento frío silbaba y el sol salía pintando todo de color amarillo vida, de luz.

Era el escenario perfecto para que Roy dejara que su corazón pronunciara las palabras mágicas de la verdad. El momento perfecto para decirle cuánto la amaba y afianzar el amor que alguna vez los unió y que ahora los separaba.

Todo dependía de Roy, pero ya estaba decidido, no estaba dispuesto a dar marcha a tras. Necesitaba emplear un extraordinario esfuerzo para callar a su corazón. También tenía que luchar contra el dolor que le causaba ver sufrir a Claudia; sobre todo porque sabía que le hacía un daño que no debería tener lugar; porque los motivos no existían, sabía que carecían de fundamento y de justificación verídica.

Por su parte, Claudia ya estaba resignada. Nunca sospechó siquiera, que Roy le haya mentido. Su mente se ocupaba en pensar en que pudo haber fallado. Siempre creía ciegamente en Roy, y esta vez no era la excepción, menos tratándose de algo tan grave como lo es estar ante una inminente separación.