Veamos, niña, déjame explicarte
porqué te llamé por tal nombre.

Hace mucho, mucho tiempo
mucho antes de que tu nacieras
viajando por la Madre Patria
de Madrid, por tren, a Sevilla, creo,
me parece que en Abril o Mayo
pues florecía toda la campiña,
lleno de interés observaba
de olivares ordenadas líneas
y la explosión de amarillos
ofrecida por los girasoles
que a la vera del tren crecían,
cuando observé en lontananza
laderas de la Sierra Nevada
que parcialmente se adornaba
con los brillantes colores
ya amarillos, ya escarlatas
y a menudo aún mezclados
como una sinfonía de tintes
enmarcados sutilmente
por oscuros o por claros verdes.
Pregunté a un anciano pasajero
que el viaje conmigo compartía
el nombre de aquellas flores
que adornaban las montañas.
Sonriendo me explicó con orgullo:
'Señó, toda esa flore bella son
amapola que en la primavera
crecen por toda Epaña, le igo'
Admiré yo tanta belleza ofrecida
por toda la andaluza pradera.
Más tarde en los jardines, recuerdo,
al visitar la romántica Alhambra
pude sentir entre mis dedos
la caricia de los cuatro pétalos
que con cierta timidez ofrecen
las frágiles de oro y rojas flores.
Desde entonces quedé encantado
de amapolas que me parecían
cual vivas y alegres colegialas.
desbordantes de inocencia que aún
no han sabido de las amarguras
que se encuentran en la vida
y de las que raramente se escapa.

Así, cuando leo tus dulces versos,
sencillas rimas, pensamientos puros
y siendo, al parecer, pequeñita
me imagino que entre nosotros
semejas linda y casta amapolita.
¡Ojalá que por el resto de tu vida
conservaras candidez de amapola!

(Lo dedico con cariño a la joven 'Adrianarg')