Incontenible, el cielo se derrama en la fría tarde invernal. Tres días que llueve sin parar un instante. Y tres días que no como. No sé cuánto más podré resistir. Para peor el viento, ese sudeste helado que no da tregua… Si él me viera, seguramente me ayudaría. ¡Mi amigo! No tengo opciones, debo abandonar mi refugio y alcanzar el tanque de agua frente a su ventana. Pero la tormenta arrecia y me siento muy débil. El tanque está demasiado alto para mis escasas fuerzas.
Hay un libro que habla de mí. Él me contó que dice: ¨Pitangus sulphuratus, benteveo o bichofeo: es audaz, bullanguero, halconea y caza en vuelo¨ (*). Como si todo esto fuera cierto…
Tal vez podría planear hasta el jardín, donde asoman las jugosas lombrices. Pero con este viento… Este viento que además se lleva el calor de mi cuerpo; el poco calor que puedo generar cuando no como. El frío hace que mis plumas se esponjen para evitar que este calor se pierda.
¡Qué lindo y gordito! -diría inocentemente la señora del 8º ¨C.
Estoy decidido. Planearé entre las columnas de los edificios, atravesaré el arenero donde juegan los niños y descenderé en el jardín. Hormigas, caracoles y lombrices, mis delicias preferidas, me esperan ahí.
¡Soy audaz, halconeo y cazo en vuelo!
Y allá voy, entre el viento y la lluvia; entre el cielo y la tierra; entre el hambre y el frío. Esquivo velozmente el cerco de grataegus y las columnas de las torres, pero al lado veo un espacio, bajo el edificio, que conduce directamente al jardín. ¡¿Cómo no lo vi antes?! Decido cortar camino, allá voy. Estoy llegando… ¡Algo me detiene!
¡Me caigo!
… No sé adónde estoy. Me veo blanco. ¿Blanco? Y esa luz, es tan extraña e intensa… Algo muy suave, como la pelusa del fruto del árbol del palo borracho en el que vivo, me envuelve. Ya no tengo hambre ni frío. No entiendo.
Pero, ¡es él! ¡Mi amigo! El que me mira con los prismáticos cuando estoy sobre el tanque de agua; me da miguitas de pan en su balcón; me habla de otros pájaros; y silba imitando mi reclamo. Mi amigo me toma suavemente en sus manos, me acaricia y…
--Estás vivo, Pitangus. Ese ventanal ha matado a muchos; sólo a unos pocos, como a tí, logré salvar. Cuando la tormenta haya pasado y las fuerzas regresen a tu cuerpo, volverás a tu nido y seguirás alegrando mis mañanas con tu canto.
¡Bichofeo… Bichofeo!
(*) Aves de Argentina y Uruguay, Tito Narosky y Darío Izurieta.
Editado por la Asociación Ornitológica del Plata
|