Su estómago está como su nevera, vacío. Trece botellas de vodka dispuestas como trofeos alrededor de la habitación también lo están. Ni hablar de sus bolsillos, del lado derecho de su cama.
Alguien le advirtió que terminaría mal. - No te metas con una negra, su alma y su piel están pintadas del mismo color - Aquello fue lo mas estúpido que había escuchado. Hacía mucho tiempo que quería mandar al Fresa al demonio y aquella frase fue el pretexto definitivo.
- Comete una mierda - le dijo antes de pararse de la mesa sin pagar su parte de la cuenta. Su familia no fue menos sutil y también la mandó a la mierda. Envío a todo el mundo a la mierda solo por ella.
Y el día que aquella chica armó sus maletas el que quedó hecho una mierda fue él.
No es un buen día para tomar un café pero es lo único que queda en su alacena. No se molesta en lavar la sucia taza en la que vierte el café cargado. Bebe un trago que le entra en reversa. El resto lo arroja al lavaplatos.
Moja la toalla y se humedece las axilas. Huele asqueroso pero cuando convives demasiado tiempo con el mismo olor terminas acostúmbrandote. Incluso a veces puede llegar a gustarte.
Toma al azar una de las camisas que hay en el canasto de la ropa sucia. Luego el abrigo de siempre. Luce y huele asqueroso como aquél café. Sabe que se está yendo por una cañería ... como aquél café.
Para los cara - pálida es un traidor. Para los negros de este maldito barrio no es sino un intruso. Ella se fue y él decidió quedarse. Su hermano le dice que se está buscando que lo encuentren un día en su habitación con un tubo clavado en su garganta.
Tal vez esté en lo correcto pero eso no lo hará cambiar de idea. Hasta este lugar llegó persiguiendo un sueño y aquí se quedará sufriendo una pesadilla. Se metió al infierno sabiendo que algún día se iba a quemar y hoy tiene una cita con el mismísimo demonio.
En su caso no aplica lo del terrón de azucar. No puede diluirse entre el café espeso, no puede pasar inadvertido. Por el contrario, resalta.
Baja las escalas del edificio. No puede sacarse la imagen del Buitre de su mente. La puta del 102 obstruye la escalera con su enorme culo y las piernas abiertas. Algo le dice y él responde que no está de ánimo.
Ánimo nunca falta, lo que no hay es ni un solo centavo. Eso en realidad nunca ha sido un problema para la puta del 102, maneja crédito. Para el Buitre, en cambio, ese siempre ha sido el problema.
Hoy se le vence el plazo y no sabe si será mejor dale la cara o desaparecer por un tiempo. No, eso sería un error. Además ¿qué es lo peor que podría sucederle? ¿que le llene el pecho de plomo? No sería una mala forma de llenar el vacío que le seca el corazón.
El Buitre es malo y no es tonto. Le prestó ese dinero sabiendo que jamás lograría devolvérselo. Eso solo se hace cuando quieres deshacerte de alguien o cuando pretendes apoderarte de alguien. El Buitre se trae algo entre manos y no es precisamente una camándula.
Sale del edificio. Una corriente helada le entumece las orejas. Se acomoda el capuchón de su abrigo y apura el paso.
Un auto con vidrios polarizados desacelera en su dirección hasta detenerse a su lado.
Es el Tyson.
Sus gafas oscuras se van dejando entrever a medida que el vidrio baja lentamente. Una nube de marihuana y rap a 150 decibeles escapan de su interior.
¿Qué idiota utiliza gafas oscuras al interior de un auto polarizado?
El vidrio sigue bajando hasta completar su cara. Luce con orgullo la cicatriz de su nariz. Supuestamente se la estampó el loco Scarver durante sus vacaciones en la prisión de Bellavista. Al loco Scarver no le quedó cicatriz. Lo que no le quedó fue nariz, el Tyson se la arrancó antes de clavarle el tenedor en los ojos. El Tyson es sanguinario y es la mano derecha del Buitre. Es su jefe de seguridad, es quien le resuelve sus problemas. Y cuando el Tyson te ordena algo, si es que valoras tus ojos, debes obedecerle.
- Atrás - le dice sin saludar
Alguien abre la puerta trasera. Entra al vehículo. Uno de los gorilas le dice que el agua se inventó hace años. Todos se cagan de la risa
- ¿Te cortaron el agua? - dice el Tyson tapandose la nariz - ¿Cómo demonios pretendes entonces pagarle al Buitre?
Cuando eres un blanco en un barrio de negros te conviertes exactamente en eso, en un blanco. Todos a tu alrededor portan ballestas y te miran con ganas
El auto atraviesa calles atestadas de vagos sin futuro y drogadictos malolientes.
Hay una gran diferencia entre un alcohólico y un drogadicto y es que el alcohol se acompaña con tangos. Una inyección de heroína no combina con "fuí un fracasado y en mi caída busqué dejarte a un lado".
Pero esos tecnicismos le importan un pepino al Buitre. No le importa si esa chica te dejo porque empezaste a beber o si empezaste a beber porque ella te dejó. Da lo mismo si son anfetaminas o vodka lo que circula por tus venas cuando le debes dinero al gran Señor.
- Última estación - dice el Tyson mirándolo por el retrovisor - Adentro te espera el jefe
Uno de los gorilas le abre la puerta y le recuerda que el Buitre le va a cortar las pelotas.
Ya ha pasado por eso. Antes se cagaba del susto, ahora no es que lo haga de la risa pero ya entiende que no solo con dinero puede pagarse. Ahora comprende sus códigos, conoce las reglas del juego, hace parte del ensamblaje.
Baja del auto. La puerta de una bodega custodiada por un par de animales lo estremece un poco. Ha escuchado algunas historias de lo que ocurre allí adentro. Es el nido preferido del Buitre.
Los tipos lo revisan, se aseguran de que no porte nada extraño. No se confían, saben que un simple tenedor puede convertirse en un arma mortal. No hacen ningún estúpido comentario en referencia a su fragancia. Sus trajes son impecables, esta gente tiene clase, nada que ver con los disfraces del Tyson y sus gorilas.
Uno de ellos lo acompaña al interior. Caminan un par de metros en dirección a una mesa tenuemente iluminada por la luz de una lámpara antigua. Es una belleza, lo que le debe al Buitre debe ser el uno por ciento de lo que cuesta este juguete.
El sonido de pisadas uniformes se hace cada vez mas fuerte. Alguien se detiene justo allí donde la lámpara no alcanza a iluminar su rostro.
Algunos dicen que lo llaman el Buitre por el estado en el que quedan sus enemigos. Otros aseguran que es por la forma de su nariz. La verdad es que pocos lo han visto y quienes lo han hecho ya están bajo tierra.
- Creo que necesitas tomar una ducha - le dice esa voz de hielo mientras le ordena al escolta retirarse.
- Creo que necesito algo mas que eso
Se metió al infierno sabiendo que algún día se iba a quemar y ahora está frente al mismísimo demonio.
- ¿Trajiste el dinero?
- Sabes que no tengo en donde caer muerto
- ¿Qué te parece aquí? - dice mientras saca un arma del bolsillo de su abrigo.
Le apunta a la cabeza.
- Tal vez algún día las cosas se calmen por estos lados - le dice sin mucho convencimiento - ese día será mejor que te hayas afeitado esa sucia barba y que los billetes no quepan en tu cartera
Deja de apuntarle. Coloca el arma sobre la mesa. También un papel con cierta información.
- Puedes largarte - le dice con cierto desprecio mientras da la vuelta y desaparece en la oscuridad.
Toma el arma y el papel. Sale de la bodega. Afuera esta el Tyson. No es necesario que la ventanilla esté abajo para saber que lo mira con odio. No esperaba verlo salir por sus propios medios.
El Tyson sabe que hay trabajos que deben hacerse con una palabra que en su léxico no existe. Tampoco en su modus operandi. Sutileza. Esos trabajos se los han venido encargando a él, a un tipo sucio que hiede a alcohol pero que hace trabajos tan limpios como el alma de aquella chica.
Regresa al cuartucho en el que se hospeda. Unas piernas gordas, abiertas de par en par le dan la bienvenida. Ignora un nuevo piropo y sigue de largo.
Abre la puerta, coloca el arma sobre la mesa de noche y se deja caer en el colchón. Un resorte desajustado se clava en sus riñones.
Saca el papel que trae en el bolsillo.
Lee el nombre.
Debe ser una broma.
Este si que definitivamente no era un trabajo para el Tyson. |