Reedición de un texto muy viejo
Esta punta se dobla a la derecha y la opuesta a hacia abajo, intentando simular el ala de una improvisada ave. La esquina inferior será parte de su cabeza y si el papel me alcanza haré unas pequeñas patas en la parte superior. Creo que aun le faltan detalles a este pajarraco.
Se parece a aquella ave que algún día Aurelio, mi mejor amigo, me enseñó a elaborar una tarde en el jardín Sta. María. Como las aves que tenía Don Raymundo, el ferretero en su casa. Decía que le gustaba tener aves de muchos colores porque cada una le decía cómo le iba a ir ese día: si el pájaro azul cantaba, iba a llover, si el amarillo lo hacía, es que iba a vender bien, si cantaba el rojo, era porque lo iba a visitar Lupe, la sirvienta del Licenciado Mayén y con quien se pasaba muchas horas aunque ya estuviera cerrada la tienda y hasta se quedaba a dormir con él. A lo mejor el día que cantó la urraca que atrapó en el parque no le fue tan bien porque de haberlo sabido, mejor cierra la tienda y no espera a que le dieran los dos balazos en el pecho para llevarse la venta del día. Ese día Aurelio me regaló unos paquetes de chicles como los que vendía el difunto, “para que se te quiten los nervios”, me dijo. Él era mayor que yo por ocho años, así que sabía lo que decía.
Si hay algo de lo que me acuerdo es de la banca en que nos sentábamos a inventar figuras de papel. Era verde y estaba llena de firmas de todos los que vivíamos en la colonia, decían que si vivías en la colonia y tu firma no estaba en esa banca, entonces eras un extraño. Cuando supe esto, busque un pequeño espacio en dónde hacer un garabato que pareciera una firma; a nadie le gusta que lo llamen extraño.
Creo que nunca fui muy hábil con las manos, y Aurelio siempre me lo recalcaba. Cada doblez que hacía, tenía un motivo de alerta de descuido para él. Y es que rompió tantas creaciones mías, que yo me ponía a llorar y él se levantaba como se levantan los amantes que se dejan. Me costó mucho trabajo aprender a hacer pequeñas figuras de papel. Papirolas, me dijo, se llaman papirolas y los inventaron los japoneses, recalcó.
Los japoneses siempre han inventado muchas cosas como videocaseteras, iguales a aquella que en casa de don Samuel sacamos para llevarla a reparación. Bueno, eso me dijo Aurelio, porque nunca recuerdo haberla regresado, pero él me aseguró que así fue y yo le creí, como siempre le creía.
No parece un pájaro, más bien es un perro con alas. Este extremo lo doblo atrás y el otro lo hago hacia adelante. Todavía después de tanto tiempo sigo con mi inutilidad manual. Mis dedos son tan gordos como los de la Sra. Vázquez del edificio gris quien siempre nos regalaba dulces. Cuando nos veía sobre la acera sentados se acercaba y nos daba un puño de dulces que se reducían con el gran tamaño de sus dedos, que más bien parecían salchichas. Era una persona sola y su semblante era triste, por eso Aurelio un día decidió meterse a su departamento a ayudarle con los quehaceres del hogar, aunque lo más extraño de la buena acción de Aurelio fue que entró cuando ella no estaba, “para darle una sorpresa” me dijo. Siempre hacía cosas para que lo admirara. Por eso me puse triste porque la Sra. Vázquez no había podido ser tan feliz ese día, pues unos ladrones habían entrado en su casa a robar dinero y joyas. ¡Pobre Sra. Vázquez!, ya me imagino su doble sentimiento al encontrar su casa bien arreglada por mi amigo pero a la vez robada por unos maleantes.
Este perro pájaro de papel ya me tiene harto, así que mejor lo deshago y lo voy a convertir en auto, un auto grande y cómodo como el de Joaquín. Él era un tipo malicioso que trabajaba en una tienda de abarrotes como encargado. El Ford que traía era de su papá pero como ya no lo usaba se lo regaló. “El niño” le decían en la calle por su cara que parecía aun menor a mí. Pero no, él era al menos dos años más grande que Aurelio y lo digo por los zapatos que usaba. Lo que más recuerdo de él era que fue el enemigo de Aurelio y por obvias razones, mío también. Se la pasaba hablando mal de él y hasta un día invento que Aurelio vendía droga para hacerlo ver como maleante. Recuerdo que un día estábamos tomando un refresco en la tienda del parque, cuando llegó una patrulla que, después nos enteramos, había enviado “El niño”, y se llevó a Aurelio. Los patrulleros me aventaron al suelo para que no me subiera al coche con mi amigo.
Después me contó que lo habían dejado libre porque no le habían encontrado nada, como era de esperarse. Sin embargo desde ese día Aurelio le tomó rencor al Joaquín.
Ni un coche me sale, ya hice los dobleces necesarios, y es que ya están llamando a la puerta, total, que se esperen. Mientras, ya me acordé de la figura que mejor me sale: el Caballo. Es un animal que siempre fascinó a Aurelio. Tenía botas y cinturones con hebillas con figuras de caballo. “Algún día seré rico y andaré a caballo” decía y miraba al cielo como sabiendo que ahí encontraría caballos. Es extraño pero anteayer que Aurelio se fue a ver unos caballos me dijo:"si algo me pasa guardas este paquete y no se lo des a nadie y tíralo a la basura si eso pasa”. Era una bolsa cuadrada que tenía algo polvoso adentro.
Aurelio siempre fue mi amigo y sé que me quiso mucho. Sé también que nunca hizo nada malo como decía “El niño”, y sé que si esta muerto fue por culpa de unos ladrones que lo quisieron robar y no por lo que dice Joaquín. Aurelio no sabía ni que significaba la palabra “droga”, cuando yo le preguntaba él siempre me decía que todas las drogas eran como dulces, que empalagan. Además nunca se pelearía por un paquete de simple polvo de color blanco sin chiste.
Ya me tengo que ir porque alguien quiere entrar al baño. El funeral de Aurelio empieza como en una hora y ya tengo entumidas las piernas; además el papel de baño no es bueno para hacer papirolas
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