De todos los infames lugares donde ha estado nuestro circo, Santa Rosa ha sido el peor. Ahì el aire es puro polvo que se mete en la boca y cuando menos te das cuenta lo estàs masticando. El calor es atroz y el trabajo que exige nuestro oficio hace que sudes todo el tiempo. Ha sido en Santa Rosa que me he descubierto en el cuerpo olores desconocidos y tan nauseabundos que poco ha faltado para desmayarme. Los animales sufren tambièn y exigen agua todo el tiempo, " el chino" la ha pasado mal acarreándola de quièn sabe dònde para mantenerlos frescos. Recuerdo que cuando "el chino" llegò al circo con sueños de ser payaso, mi padre, un matador de sueños nato, le diò empleo como cuidador de animales, ya que en su opiniòn, ningùn chino jamàs ha logrado ser un buen payaso y le recomendò que en sus tiempos libres practicara con los trapecistas, cosa que el pobre hombre jamàs intentò.
A pesar de ser un pueblo de mierda (o tal vez por eso) nuestro circo ha causado furor; hacìa mucho no tenìamos tal aforo. Para alegrìa de mi padre y pesar de todos los demàs, nos quedaremos acà una buena temporada. "Santa Rosa es una mina de oro" dice el viejo mientras se frota las manos pensando en las ganancias, y brinda con una cerveza tibia, aunque al acabàrsela disimule no sentir entre los dientes el inevitable polvo de aquel pueblo ingrato.
En una de nuestras funciones notè a un joven que me miraba con insistencia. Al principio pensè que mi nùmero como domadora le habìa impresionado. Pero cuando lo volvì a ver en la segunda y tercera funciòn y luego al otro dìa en las dos primeras, ya no podìa negar que aquello era bastante inusual y que definitivamente no eran los tigres y los leones los que lo atraìan. Antes de empezar la tercera funciòn lo busquè entre el publico que hacìa fila y cuando nuestras miradas se encontraron, le hice señas que me siguiera, caminè con prisa mal disimulada hasta detràs de uno de nuestros maltrechos trailers y cuando me alcanzò nos fundimos en un beso que me dejò las piernas temblorosas y la mente tan distraìda que aquella noche casi olvido sacar la cabeza de las apestosas fauces de un tigre de bengala.
Era tan perfecto como un àngel y en el colmo de la perfecciòn su nombre era Gabriel. A veces, en vez de practicar con mis felinos, me iba con èl a hacer exquisitos malabares boca a boca y locas acrobacias corporales. A pesar de saber que aquello no tenìa mucho futuro, no tenìa fuerzas para terminarlo; pensaba que el tiempo serìa el verdugo que acabarìa con nuestra relaciòn pues el circo se irìa de Santa Rosa y ya no lo podrìa ver màs.
Fue "el chino" el que se diò cuenta de lo que pasaba un dìa que nos sorprendiò haciendo un triple mortal en mi trailer. A pesar de que la gente del circo es bastante unida, este hijo de puta le fue con el chisme a mi padre. Se armò un alboroto tremendo ya que no es bien visto que la gente de circo tenga amoríos con los de "afuera" la idea es que ellos no entienden la vida del cirquero y es difícil que se adapten a las duras condiciones de vida, que incluyen trabajo arduo acompañado de incomodidades como falta de agua corriente y otros servicios bàsicos. Uno de "afuera" puede desestabilizar la vida del circo y mi padre me exigiò que no le viera màs.
Nunca habìa sentido necesidad por nada o nadie excepto el circo mismo, pero cuando dejè de ver a Gabriel fue como si mi sangre no tuviera ya la fuerza para seguir corriendo por mis venas. Me tumbè en mi cama y no quise salir. No habìa nadie que me supliera y mi nùmero era uno de los fuertes; la gente se quejaba por no ver a la "güerita de los leones".
Pasaron los dìas y me repuse a medias, la vida en el circo te enseña a ser dura y uno aprende de todo: de los animales que viven lejos de su hàbitat, de los extranjeros que viven lejos de sus familias, de los payasos que, envueltos en una gran pena aùn saben salir a hacer reìr. Volvì a meter mi cabeza en las fauces de mis tigres y a pasar a mis leones por aros ardientes. Disimuladamente buscaba a mi àngel entre el pùblico, aunque sin èxito y supuse con tristeza que èl me habìa empezado a olvidar. Afortunadamente los nutridos aplausos que recibìa, me hacìan sentir un poquito menos miserable.
Llegò el dìa en que nuestro circo por fin se despedìa de Santa Rosa, yo tenìa el corazòn dividido, la parte que aùn pensaba en Gabriel deseaba quedarse y la otra parte deseaba irse lo mas lejos posible.
Los cirqueros recogieron todo: animales, carpas, escenografìa, alistaron los trailers... pronto estàbamos en movimiento alejàndonos del pueblo. "El chino" me miraba con sus ojillos de rendija y sonrisa de satisfacciòn. De repente, alguien gritò; señalaban el camino recièn recorrido; algo pasaba; todos volteamos desde nuestros carros para ver una figura diminuta seguida por una nubecilla de polvo, eso fue al principio, luego se fue haciendo más visible; aminoramos el paso, los elefantes barritaron, los monos aplaudieron, Gabriel venìa haciendo malabares sobre un monociclo, vestìa de blanco y traìa dos alas pegadas a la espalda que se movìan disparejas con el viento. Sonreì toda, ¿saben lo que es eso? sentir todo tu ser sonreìr, desde la cabeza hasta el dedo gordo del pie. Mi padre me mirò aprobatoriamente, al chino no lo vimos mas....
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