Anhela la cima, obelisco de sal que se desmorona,
aun tiene suficiente ceguera para todos los días de oscuridad
tanta arenosa blancura erosiona sus clarividencias.
Puede (si quiere) derrumbarse,
puede (si debe) sacrificarse,
la razón le enseña:
el arte de ensartar miradas,
como reflejar el pensamiento en el espejo,
su nombre himno de ejércitos camicaces
y las reglas de la pesadilla a ojos abiertos.
De tanta mentira duda de los amaneceres,
duda del sol y de sus promesas,
del canto de las aves de fuego,
duda de la escritura y de los signos,
de las señales del odio,
del amor y sus indicios.
-¿Te quedó claro?
Entre toda la paja, la palabra buena
arrullo mortífero para el agonizante.
Conversan las multitudes de la boca una,
una boca que se cierra
alas de pájaro que se abren, plumas azules,
cielo violeta, nubes coronadas por gritas doradas
hilos de plata que descienden
plegarias que se alzan.
-La verdad es esto que sentimos.
Este ídolo de madera se ha podrido,
este otro de barro se quebró,
el de oro fue hurtado, lo han fundido,
el yo aún más falso se extravió.
Que hermosas son las piernas de la montaña,
de a libra la semilla de mostaza.
Pese a la fuerza destructora de la creación
conversa con las polillas,
la otra vez miró en sus alas
el dibujo de unos parpados dorados debajo de una línea roja.
Es intérprete.
Descubrió
que los muertos sostienen una plegaria eterna;
que no está solo,
porque en todo momento su soledad lo acompaña.
Abre los ojos y se pregunta:
¿quién ganó la batalla nocturna?
¿quién es mi señor?
¿aún tengo ojos?
¿hay alguien ahí?
-Duerme.
"Antonio Carrillo Cerda"
Toluca, Estado de México a 29 de diciembre de 2009 |