Semidesnuda Laura espera en el zaguán, una mueca de impaciencia se dibuja en su rostro, desde hace varios años que lo esperaba así. El pintor nunca toca el timbre, ella lo sabe, por eso trata de pensar en cualquier otra cosa para que él no advierta aquel signo de expectativa en su rostro. No es bueno que él note aquellos sentimientos, está claro, todo debe transcurrir a través del monótono parámetro de lo acordado, bajo el barómetro de lo negociado, y ella lo entiende bien, a pesar que le ofreció las llaves de la casa hace algunos años, él las tomó por comodidad más que por confianza.
Siempre llega puntual, a las 7 de la noche, se queda sólo una hora, primero desgastan un amor rancio entre las sabanas desteñidas por el tiempo, apenas terminan y él se va a la ducha, se quita el sudor y cualquier otro rastro acuoso de su presencia, luego se mira en el espejo y se ajusta bien el traje, hace todo lo necesario para que la mujer de su casa siga pensando que es la única en su vida, camina hasta el comedor, se sienta en el sillón de piel de chancho, toma un lápiz de carbón que carga siempre en el maletín de cuero y empieza a dibujar unos garabatos sobre los periódicos que se compran sólo para él, los de todos los miércoles, mientras Laura acaba de preparar té orgánico que inmediatamente le sirve con unas galletas digestivas.
Sentados uno al lado del otro, casi no median palabras, a no ser que hablen escuetamente sobre el estado del tiempo – Hoy ha nevado mucho, sí es un mal día - tal vez por el temor de quebrar aquel pacto preservado a pesar de los años transcurridos, tampoco cruzan las miradas, tienen miedo de verse el reflejo del uno en los ojos del otro, sentir cualquier signo de pertenencia, ó quien sabe, por la incomodidad que les provocaría observar como el tiempo ha desgastado aquellos cuerpos que antes se enorgullecían de mancebos animales entregados a la pasión.
Así dan las ocho, él termina los garabatos, toma el último sorbo de té, y mientras camina hacía la puerta deja, con mucha sutileza, 30 dólares debajo del florero chino, Laura lo sigue por detrás. Al pie de la puerta él toma con ambas manos los hombros de Laura, le da un beso en la frente, susurra un “nos vemos luego” y se pierde por el camino que lo lleva a casa. Ella cierra la puerta, toma los garabatos impresos en el periódico y se va a la cama, se duerme aferrada a los dibujos y respirando el aroma de su piel aún impregnada en las sábanas.
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