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Inicio / Cuenteros Locales / Este_no_soy_yo / El lugar donde me gusta estar

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¿Qué es lo que te gusta de mí? Le preguntó ella. No soy nada especial. No entiendo por qué dices que me quieres tanto.

Yo escuché en silencio, con la oreja pegada a la pared de mi habitación, la cual daba exactamente a la pared de la habitación de ella. Trataba de no respirar, de quedarme calladita para escuchar mejor. En ocasiones todo se quedaba tan en silencio que lo único que alcanzaba a escuchar era el golpeteo de mi corazón.

Me gusta la manera en que logras tranquilizarme, le contestó él. La forma en que tu cuello descansa sobre mi brazo y tu piel roza con mi piel. Me gusta tu olor. Me gusta que tu cabello se meta en mi nariz y oler tu olor. Me gusta respirar a la misma velocidad que tú. Me gusta la forma en que te acercas a mí, de espaldas, y te vas acomodando entre mi pecho y mis piernas y me pides que te abrace con fuerza. Me gusta escucharte dormir. Me gusta la manera en que logras detener mi caos.

¿Qué más te gusta de mí? Preguntó ella.

Escucharte. Me gusta escucharte y que me hables al oído y que me digas que me quieres. Me gusta verte caminar y reír y jugar y comer y hablar por teléfono y leer y escribir y la manera tan coqueta que tienes de peinarte con un moño a la izquierda. Me gusta que me entiendas y que en ocasiones puedo quedarme callado todo el camino de regreso a tu casa y que tú también te quedes en silencio y miremos el camino y la noche y no tengamos la necesidad de abrir la boca para decirnos lo mucho que nos queremos. Me gusta la manera en que me haces feliz.

¿Y cómo es esa manera?

Imagina una mañana de sol, con viento suave y tibio soplando como una caricia en tu rostro. Imagina que el aire huele a manzanilla. A yerba mojada. A la humedad de un río. Imagina el pasto entre tus dedos y entre tus pies descalzos. Imagina que no hay nada antes ni nada después en tu vida, sólo ese momento. Imagina que respiras tranquilamente, dejando que los olores del campo te llenen los pulmones. A lo lejos escuchas las campanas de la iglesia y el canto de los pájaros. Te recuestas y sientes lo mullido del pasto. Pones tus manos detrás de la cabeza y miras el cielo azul y las nubes blancas y gordas que caminan lentamente sobre tu cabeza. Sabes que puedes estar ahí, que nadie va a venir a hablarte del trabajo ni de la escuela ni de problemas en casa. Ese es el lugar en el que te gusta estar. Tu lugar favorito, tu lugar de paz. Es el único sitio en donde eres realmente feliz, en donde realmente te sientes tranquilo. Eso eres tú para mi; tú eres el lugar en el que me gusta estar.

Escuché un beso y a Ana diciendo, yo también te amo, nene. Yo también te amo.

Me senté de nuevo en la cama, con la oreja caliente. El corazón me seguía palpitando con fuerza. Se supone que nadie en toda la casa sabía que Alberto pasaba la noche en casa, en la habitación de Ana. Nadie. Pero yo sí lo supe. Por eso comprendí la infinita felicidad que mostró ella al día siguiente. Una felicidad como nunca más se la volví a ver. Esto sucedió luego de varios meses que llevaban ellos de ser novios. Yo, desde luego, nunca mencioné nada. A nadie.

Texto agregado el 29-12-2009, y leído por 104 visitantes. (3 votos)


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