Nos encontraríamos en Palermo, así que estaba yendo para allá. El era el nieto del escritor Simjá Snéh. Habíamos sido amigos del secundario y habíamos tenido una banda de heavy metal. Yo cantaba, él tocaba la bateria. La primera vez que nos juntamos, yo llevé mi guitarra y estuvimos zapando por horas, canciones improvisadas que sonaban algo parecido a lo más básico de Led Zepellin. Después llegó el guitarrista, otro amigo, y empezó el nucleo básico de nuestra banda. Ahora pasaba de nuevo por esas calles que había recorrido varios años seguidos, guiado por una suerte de certeza, de familiaridad, de pertenencia. Pero ahora, las recorría bajo la tonalidad de la melancolía, de lo irrecuperable, y con una cierta felicidad dulce pero lenta. Sin pertenencia.
Había sido un fin de semana lluvioso. El cielo estaba gris, las copas de los árboles mojadas. Era una tarde fresca que traía cierto alivio a los calurosos días que la habían antecedido. Rafa me esperaba en una esquina. El sí seguía tocando heavy metal. Lo había ido a ver a distintos recitales. Era bueno. Pero ya no nos veíamos tan seguido. Estábamos ocupados. Me saludó a medida que me veía venir, alegre como siempre. Esa tarde tomamos un café y le devolví la copia del libro de su abuelo, una de las pocas que existen. Su abuelo peleó en la segunda guerra mundial. Un polaco judío que escapa hasta la Unión Soviética, allí se enlista en el Ejército Rojo para asegurarse un plato de comida. En el Ejército casi lo fusilan por una disputa con un superior, pero la amistad con otro le otorga el beneficio de ser expulsado por judío, impidiéndose así que – como civil – se le aplique la ley marcial. De allí, viaja de una forma confusa a Israel, confusa porque no la entendí o no la recuerdo. Sé que estaba en otro ejército y deserta de él en Israel. Cómo llega a ese otro ejército, es la pieza perdida del rompecabezas. Deserta en Israel y cambia su nombre por el que conocemos: Simjá Snéh; que significa en hebreo, “Alegría Zarza” – zarza como la zarza ardiente de la biblia, aquella en que Dios se le presenta a Moises en el desierto –, para evadir su situación de desertor y poder ingresar a un pelotón del ejército inglés en el que se podía pelear bajo bandera judía. Así, viaja a Inglaterra con tal pelotón, Maguén David al pecho. Antes de ir al combate, los bendeciría el Papa. Snéh se encuentra en las primeras filas, el Papa se le acerca, le ofrece el anillo. El le dice que no con el dedo, y se señala el corazón, el pecho, el maguén david en el uniforme. El Papa comprende afirmando con la cabeza y le da la mano. De allí, el pelotón viaja al sur de Italia, y a medida que los italianos retroceden hacia el Norte, el pelotón judío inglés sube y avanza acorralándolos, sin llegar a debatirse en combate.
El libro era un libro de cuentos, de cuentos de la guerra, o de gente en épocas de guerra. Ficcionales pero atroces. Tanto Rafa como yo éramos asiduos lectores de Lovecraft. Esto era distinto. Lovecraft espanta convirtiendo lo normal en anormal; o remitiéndonos a algo olvidado en nuestra especie animal y violenta. Algo que temíamos inconscientemente, pero que hemos olvidado. Esto era parecido pero distinto. Nos mostraba lo animal del hombre, pero no era de temer. Era monstruoso, pero no se presentaba como lo ominoso. Nos ponía de la forma más intensa posible en contacto con nuestra biología: con la sangre. El libro, oportunamente: El Pan y la Sangre. Un socialista explicaría, el pan: porque es el motor de la historia. |