Se cree que los perros son fieles y los gatos, traidores. Ahora me veo en la obligación de refutar tal teoría, pues los hechos que voy a relatar se enfrentan a cualquier convención.
Diré, para resumir, que mi perro había confabulado contra mí para asesinarme. Jamás sabré por qué. Era la más mimada de mis mascotas. Al gato apenas le prestaba atención solo para exclamar “¡fuera, gato!”
Pero ese día, cuando llegué, encontré en la sala dos ojos rojos como una caverna del infierno. ¡Horror el mío, se trataba de mi perro! Se me lanzó para destrozarme la garganta.
Fue en ese momento que apareció el desdichado gato, que esa misma mañana había regañado, y se tranzó en una lucha terrible con el perro. Los ruidos fueron tan violentos que me escondí tras el sillón.
Cuando emergí de mi escondite, encontré a los dos tumbados. El gato me miró, ladeó la cabeza, maulló solo una vez, y murió.