Ocho patrulleros acaban de cercarlo y un helicóptero vigila desde lo alto. Ya se acercan los móviles periodísticos. El ruido es ensordecedor y reina la confusión. En el centro de la escena, un auto acorralado y maltrecho. Sin embargo, su conductor no está dispuesto a entregarse. Sabe lo que le espera. Porque una cosa es robar o estafar o aun asesinar a personas adultas, pero a niños indefensos… A través del megáfono el comisario le insta a rendirse: le ordena que abra la puerta del auto y que descienda con las manos en alto. Pero las ventanillas polarizadas del Galaxy permanecen cerradas. Los minutos pasan y la tensión aumenta. Nadie sabe qué sucede dentro del auto. El comisario repite una y otra vez la orden, pero nada. De repente, la ventanilla del conductor se abre e inmediatamente después una bocanada de fuego y odio y muerte es lanzada hacia el auto del comisario. Segundos después, el jefe de policía ordena fuego a discreción.
¨El monstruo¨, ¨El asesino de los niños¨, ¨El terror nocturno¨, ¨El descuartizador de inocentes¨, ha muerto. El cobarde que ataca en las sombras y huye en un auto negro, de vidrios polarizados y sin patentes identificatorias, ha muerto. Sin embargo, el horror de aquella noche del 31 de diciembre al 1º de enero no será fácil de apagar.
Al allanarse el domicilio del asesino, dos días después, se encontraron dos cartas sobre la mesa. Una de ellas, bajo una fragante rosa color salmón, decía en el impecable sobre: ¨A mi amada Greta¨. La otra, en un pestilente y arrugado sobre, decía: ¨señor juez¨.
¨señor juez¨:
¨Ella era mi vida, nos amábamos profundamente. Vivíamos felices, el uno para el otro. Y ellos se la llevaron¨. Le tenía pánico a las explosiones. Todos los años, al acercarse las fiestas sucedía lo mismo. ¡Mi amada y querida hija! ¡Sufría tanto! Yo temía por su corazón, ya tenía quince años, y los perros de raza pura son más sensibles que los mestizos. Por eso, en cada Navidad y en cada Año Nuevo, nos encerrábamos temprano, a pesar del calor, para que escuchara menos esos ruidos terribles. Siempre le pedía a Dios que les diera una lección a esos chicos malvados, no que se quemaran, no tengo esos sentimientos; le pedía que les diera un buen susto para que abandonaran esos juegos diabólicos. Pero no me escuchaste Dios, no me escuchaste. Me obligaste a ser el instrumento de tu ira. Y soy tu servidor, Señor.
¨Y a usted, señor juez, le hago una pregunta:
¿Qué derecho tienen los demás a hacernos partícipes de sus festejos? ¿Acaso yo les hago oler mi mierda cuando cago? Y la ley los ampara: es un festejo legal, la pirotecnia es legal, la invasión sonora de la propiedad privada es legal. Los perros muertos al ser arrollados por autos al huir despavoridos de las explosiones, o a causa de ataques al corazón, y las perras que abortan y los daños psicológicos en animales de toda clase, todo eso es legal. ¡La ley! ¿Sabe señor juez por dónde me paso su ley? Sí, a esta altura ya lo sabe. Siempre es bueno aprender algo. No tengo mucho más para decirle. Hay otra carta, dirigida a mi amada Greta, pero no es de su incumbencia.¨
Estimado Sr. Juez. Váyase al carajo
¨A mi amada Greta¨:
¨Sé que ahora estás con Dios, y sé que pronto vamos a estar juntos otra vez. Es una tarea sencilla la que debo hacer antes de partir. Esta es nuestra hora, la hora de la justicia. ¿Pagarán justos por pecadores, me dices? ¿Y acaso nosotros éramos pecadores? ¿Qué hicimos para merecer esto? Ya lo tengo todo pensado, quédate tranquila, mi amor. Unas cuantas explosiones, unos cuantos niños asesinos muertos… ¿Dices qué habría que ajusticiar a los padres? Mi amor, al hacerlo así, a mi modo, ajusticiamos a los padres. Dejemos los detalles de lado, son tecnicismos.
Lo que importa es nuestro amor. El amor más puro que podía haber en este mundo y el eterno que disfrutaremos pronto.¨
Tu amado padre
|