Entonces la melodía bordeaba lejos, y se nublaba el cielo, mientras recordaba lo enmemoriado, eso que dicen se archiva en cajitas, detrás/al lado de los ojos/oídos.
Me sentaba en el patio, sobre el tesoro que enterré cuando tenía el porte de un pitufo, pensando que olvidaría todas esas cosas, que yo llamaba "mías".
El ambiente era extraño, aunque a mi me agradaba. Gris, metálico, humo y vapor, a veces frío, a veces calor.
Todo comenzó en la escuela. Nuestra sala de clases era interrumpida en su mitad media, por huellas de tren, que ya ni saludábamos. Un pequeño mensajero enruedado, que traía dulces en verano y estufas nuevas en invierno, atravesaba cada 15 minutos, enmudeciendo al profesor, quien aprovechaba de tomar sus medicamentos. Los asientos tenían mas años que todas mis tías juntas y se podían ver las capas de ceniza pegada, cuando aburrido miraba de lado, el borde del asiento de mi vecina.
Era primavera, porque la Catalina llevaba "flor recién cortada del patio", en su pelo. (Me entristece saber que ese fue el último día que la vi). |