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EL PORTEADOR

Ahí estaba yo, al lado de un río. A mis espaldas había cargado unos cuantos maderos durante los últimos dos días. Construían unas casas muy raras, muy altas pero sin techo. Estos romanos están un poco locos. Me tratan como una cosa. Como me compraron hacen de mí lo que quieren. Siempre cargo cosas de arriba para abajo y recibo palos e insultos solo por el simple hecho de que para ellos soy una propiedad. La verdad es que antes tampoco me iba mejor. Los lusitanos hacían tres cuartos de lo mismo conmigo. Nací en un pobre establo y mi madre era también una propiedad, así que a mí, me tocó lo mismo, mala suerte.
Estos extraños romanos, llevaban sobre su cuerpo cosas metálicas que reflectaban el sol. Bebían cada dos por tres un líquido, qué de lejos no podía ver, pero salía del pellejo de algún pobre animalejo. Poco a poco llegaban al lugar muchos de esos hombres vestidos con pieles, de muchas especies distintas pero igualmente inocentes, a los que antes había pertenecido.
Los romanos son definitivamente muy extraños. Llevan años de pelea con los lusitanos y ahora van y les construyen unas casas. Los lusitanos entraban muy contentos en sus nuevas residencias. Pero la verdad es que son un poco tontos, ¿no se darían cuenta de que no había techo?
Igual que a mi me dan agua y cereal, de vez en cuando, por mi trabajo, los lusitanos, también un poco raros ellos, dieron a los romanos artefactos metálicos y de madera. Los dejaron en la puerta y luego entraron en sus casas nuevas. ¿Cómo se comerán los romanos esas cosas?
A los romanos no les gustó lo que los lusitanos les dejaron por su gran trabajo, no me extraña la verdad. Porque hay que decir que en sólo dos días, aunque gracias a unos cuantos de los míos, se han montado unas cuantas casas bien grandes. Ojalá supiera contar, pero creo que, quizás, se quedan pequeñas para tantos lusitanos. Bueno, a lo que iba, a los romanos no les hizo gracia el pago y se enfadaron mucho. Se pusieron a tirar ramitas de madera al interior de las casas, con unos artilugios muy peculiares. Madre mía, se tuvieron que enfadar de verdad, porque no contentos con tirarles las ramitas esas, quemaron las casas con los lusitanos dentro.
Yo cuando vi el fuego, troté hacia el río para protegerme. Los romanos están realmente locos, con lo que les costó construir las casas, luego van y las queman. No se que pasaría después, desde la orilla del río solo se veía humo y fuego y se escuchaban gritos muy desagradables, me recordaban a los de mis compañeros cuando el amo de turno les azota, incluso hasta matarlos, con la misma tozudez de la que nos acusan. La verdad, es que no me caían muy simpáticos los lusitanos, y el pago por las casas era muy malo, pero los romanos se pasaron un poco. Lo peor de todo, fue que, como acabaron lo que habían venido a hacer al lado del río, me tocó volver a cargar con mis congéneres, el campamento a mis espaldas y llevarlo a un lugar nuevo, entre insultos, golpes y bajo un calor insoportable.
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Para entender mejor este cuento tendríais que leeros otros dos cuentos míos que narran los mismos hechos: El armisticio y la gloria.


Texto agregado el 16-06-2004, y leído por 130 visitantes. (0 votos)


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