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A mi lado se sienta el hombre que cuenta historias.

Mis ojos se pierden en la autopista, noche oscura, luces azules, cielo de estrellas perdidas, otra ciudad, vista desde arriba, automóviles estacionados que milagrosamente se mueven allá afuera, aire frío, gotas de lluvia que se cuelan, ventana rota, el chofer con vallenato guapea, las otras busetas: “Bendita seas, Ánima de Taguapire”, “Gracias, Francisca Duarte”, “En honor a mis hijos”, “Se lo dedico a la Vida”, “Gracias a mi abuela”…

A mi lado se sienta el hombre que cuenta historias.

Rostro surcado de arrugas, piel color de tierra, sudor, olor a cansancio, ojeras, con su ropita arrugada y vieja, me habla de su vida obrera:

“A mi se me va la vida labrando la vida ajena”, vida que empieza de noche, a las 4 de la madrugada, y termina de noche, cuando llega y se acuesta, el hombre apenas sueña, barrio mirandino, mujer que también guapea, 4 hijos.

“Señora, bien que valió la pena. A todos los he sacado adelante, con sudor, con esfuerzo, con las entrañas que me tiemblan. Les digo a mis hijos: Nada me deben, yo lo hago por Ustedes, para que Ustedes todo lo tengan. Mis hijos maravillosos: uno es ingeniero, la otra, maestra; el otro está estudiando el bachillerato, y el más pequeño, ¡Señora, si Usted lo viera! Ese es el sol de mis ojos, la luz de mi vida, un ángel ¡Señora, si Usted lo viera! Encerrado vive en la casa, su presencia todo lo llena”.

Calla el hombre. Me mira, y me increpa:

“Señora, que linda es Usted, tan blanquita y cuidada, como se ve que le gustan las cosas buenas. Huele a flores, yo huelo a mierda. Allá en donde Usted vive, sólo se ven las cosas bellas. Seguro no ha visto un barrio, y no sabe lo que es tener piso de tierra. Seguro no conoce el hambre ni le faltó ropa, ni sus amadas cosas bellas. Ni sabe lo que es despertarse, de madrugada, oyendo una balacera.”

El hombre que cuenta historias tiene conciencia de clase, pienso, pero me pone una injusta etiqueta: claro que conozco la vida de la clase obrera, y en mi casa paterna, de madrugada, he escuchado mil balaceras. Me crié donde los ladrones se pasean por la esquina, los borrachos, las putas y los traficantes en la acera; pasé hambre y frío, y en casa, muchas veces, faltó el dinero para los libros, la ropa, los zapatos y las demás “cosas bellas”; logré metas, de pura obstinación y arrechera, sintiendo lo mismo que él…contárselo ¿Vale la pena?

“Señor”, le digo,”hable Usted, que lo que Usted dice es lo que cuenta”.

“Señora, yo sólo sé, que a las penas y a las pruebas de la Vida me sobrepuse. Luché mucho, solo, yo solito, contra los demonios, de adentro y de afuera. Ese es mi mérito, todo lo demás ha sido cosecha. Pero yo pienso que la Vida no debe ser sólo lucha y pelea. Si Usted supiera, ¡Como quiero para mi patria, Venezuela, un futuro más bonito! Los niños en la escuela, los jóvenes en la Universidad, las fábricas para los obreros, todas las necesidades satisfechas, que se acabe la explotación del Hombre por el Hombre. Y que no haya más gente a la que se le vaya la vida, labrando la vida ajena.”

Claro que así será, Señor que me cuenta su historia ajena: Que la vida sea un goce, que a nadie le falte el pan, que todos tengan escuela; que todos tengan zapatos, que nadie pase frío ni hambre y miseria. Que todos sean libres, que todos los seres humanos florezcan.

Que sueño más noble, ese sueño colectivo que hoy gobierna Venezuela y que tenemos que bajar del cielo, traerlo a la tierra. Que haya Patria Socialista, camarada, hermano, que así sea.

El hombre que cuenta historias me mira, incrédulo. En sus ojos se asoma un miedo a seguir hablando del tema. Y calla. En su mente, sólo tiene al frente una mujer “blanca y bonita que huele a flores”, y a la que “le gustan las cosas buenas”, cosa que no es más que una ropita menos vieja. Las cosas que habrá sufrido este camarada y hermano, que película tiene en esa cabeza…

Ya llegamos al pueblo en el que, si nos oyen, nos queman.

Aquí me bajo, Señora, Dios me la bendiga y me la proteja

Texto agregado el 25-12-2009, y leído por 93 visitantes. (1 voto)


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