___________________ LAS LILAS DEL PARQUE____________________
Tengo en mis manos una pequeña caja con olor a lilas, de colores rosados, con una mujer muy bella dibujada en su tapa, su pelo rojo con flores exóticas flotando en el aire, los hombros desnudos, las manos sujetando un chal y al fondo una cara casi borrada con una enorme sonrisa en los labios Una pequeña caja que no sé de donde ha salido y sin embargo me es muy familiar, como si toda la vida la hubiera tenido en este cajón esperando que hoy la cogiera. Hoy el olor a lilas me ha traído tantos recuerdos, situándolo en un pequeño parque al que iba a jugar después de las clases. Y recuerdo la cargante atmósfera saturada de aroma a lilas, el calor de las tardes de mayo, la sensación de bienestar y el cuchicheo de mis amigas al verme pasar de la mano de Fernanda, mi aya. Era una mujer normal, pero sus ojos denotaban la pasión desbordante vivida y convertida después solo en recuerdos. Siempre íbamos a ese parque, en él sonreía. Ella, por supuesto no era la mujer de la caja, tenía su aire, su ademán, su porte, sin embargo ella era morena, salpicado el pelo por incontables canas y con la cara curtida, sin arrugas pero con la piel gruesa, los rasgos fuertes marcando su carácter.
Fernanda si era la mujer de la caja. Carmen no lo sabía. La pintaron en aquella caja muchos años antes que ella naciera. Fernanda había sido una joven prodigiosamente bella, con la risa estallándole los labios y el alma encendida de ganas de descubrir, de soltar de lo que estaba llena, esas ansias de vivir que la hacían iluminar los rostros de quien la miraba. Paseaba mucho fantaseando sobre los lugares lejanos a los que viajaría. Esos paseos siempre terminaban en un pequeño parque lleno de rosas de pitiminí. Le gustaba coger los ramilletes que formaban esas pequeñas flores y prenderlos en su pelo, o dejarlas reposar sobre su pecho, o en sus faldas. Le gustaba sentarse en el suelo verde, cerrar los ojos y soñar mientras las fragancias la abrumaban y le hacían cosquillas las libélulas que volaban sobre ella. Le gustaba sentir la vida naciendo a su alrededor. Escuchaba detenidamente el canto del parque. Todas las tardes veía pasar a un hombre que nunca la miraba, que andaba como si no supiera donde estaba, chocaba con algún árbol, pisaba alguna planta, parecía resbalar sin llegar a caer. Una de esas tardes Fernanda aspiró profundamente y decidió hablar con él. La curiosidad podía más que las buenas maneras, no habían sido presentados, no obstante Fernanda pensó que no había nada de malo en saludarle. Se encaminó hacia él, cruzándose en su trayectoria, recibiéndolo con una amplia sonrisa imposible de rechazar. El hombre sin embargo ni la vio, pasó o más bien traspasó el cuerpo de Fernanda como si fuera etéreo. No entendía nada, ella ni lo sintió, venía y sin darse cuenta ya estaba tras ella. ¿Cómo había sido posible?
La siguiente tarde volvió decidida a que no la ignorase. Miró de reojo percatándose de su proximidad, cogió una pequeña piedra del suelo y sin pensarlo dos veces la lanzó al aire como si fuera algo natural, enviándola derecha al cuerpo de aquel extraño hombre. La piedra pareció atravesar sus ropas, su carne, sus huesos, igual que si no los tuviera. Fernanda con la boca abierta, perpleja, desconcertada, no reaccionaba. Se fue a su casa y pasó toda la noche sin poder dormir. Cuando el sol estaba ya alto despertó sobresaltada, se había dormido casi al amanecer. Sobre su almohada había una carta sin abrir de color morado pálido. Sin pensarlo la abrió, y según la abría un perfume especial llenaba su habitación. La carta decía:
"Gracias, alegre señorita. Sé que siempre me visita, que intenta alegrarme con sus risas frescas, con sus ojos nítidos, y su mente llena de sueños. Sin embargo yo no puedo sonreír, soy el espíritu del parque y el parque está triste. Aquí nunca llega la primavera; tras el frío invierno el verano se asienta sin poder retrasar su encuentro, solo pasan por mí dos estaciones. Sin primavera muchas de mis flores no florecen: ni los naranjos, ni las dalias, ni las margaritas, ni las amapolas, ni los geranios....., ni las lilas. Y son las lilas las que más echo de menos. La última fragancia que me quedaba de ellas la he puesto en este sobre, el que contiene estas palabras. Inúndese de ella, por estos lugares no podrá encontrarla.
Señorita, yo le escribo por que sé de su corazón ardiente, de su deseo incontrolable por la vida, de su buen talante ante las adversidades. Querría pedirle un favor. Un favor que si no me puede hacer, no se sienta comprometida y dígamelo. Llevo tantos años así, que algunos más no me pesarían demasiado. El favor en sí no es difícil. Solo quiero que se disfrace de primavera, que se meta tanto en el papel que las flores se confundan y se habrán ante usted, que sea la inspiración que las haga despertar de su largo letargo.
Si me lo quiere hacer la espero esta tarde y ya no pasaré ante usted o través de usted ignorándola."
Fernanda se quedó boquiabierta. Tocando el papel con fuerza para hacerse creer a sí misma que era real. Si, iría esa tarde disfrazada de primavera, llenaría el parque de flores primaverales. Sería la Señorita Primavera que visita a Don Parque. Buscó entre viejos catálogos, mirando que se podía poner. Por fin dio con una fotografía donde estaba justo lo que buscaba. Era una de un campo irlandés, repleto de prados verdes rociados de colores vivos, intensos y en el centro estaba la primavera en forma de muchacha. Coloreó sus cabellos de rojo, haciendo parecer sus rizos llamas de un ardiente fuego, y más que vestirse, se desnudó, ataviándose solo con una fina camisa hasta los pies llena de jaretas, alforzas, puntas, entredoses, encajes, toda blanca y muy fina. Sus mejillas rosas y sus alegres ojos la hacían resplandecer. Se embutió en un abrigo y se encaminó hacia el parque.
Al llegar la esperaba él, Don Parque, junto a uno de los bancos. Se levantó y le ofreció su brazo. Fernanda se quitó el abrigo y la brisa tibia empezó a mover su camisa. Se pasearon por todo el parque, envolviendo el lugar con la magia de la Señorita Primavera, ya olvidada y desconocida. Ninguna de las flores se dio cuenta del engaño, todas creyeron que era la real y se abrieron a su paso. Casi en el ocaso Don Parque puso en sus manos un chal por si hacía un poco de frío, no quería que se pusiera ese abrigo que tapa sus formas y su encanto. Más tarde, ella rendida en su cama, evocaba esas horas con Don Parque. Aun dudaba que fuera un espíritu, lo había sentido tanto que se decía a ella misma que era real.
La mañana siguiente también trajo, con el despertar, una carta en la almohada:
"Muchas gracias, Señorita Primavera. Sin su visita seguiría sin saber lo que es una tierra con el impulso de la vida. Todo explota de color y aromas florecientes. No le puedo mandar lilas, estas aun duermen, seguramente ayer a su paso estaban en la siesta. Si usted pudiera venir esta tarde para hacerlas despertar, no sabe como se lo agradecería."
Por supuesto Fernanda, o ya la Señorita Primavera, fue esa segunda tarde vestida de la misma guisa que el día anterior a llevar la primavera al parque. El verano casi quería quitarle el puesto. Aquel atardecer fue más tórrido, el calor subía la temperatura del ambiente y casi hacía aparecer el sudor entre el bochorno. Las lilas florecieron esparciendo sus efluvios por todos lados. Lo que la Señorita Primavera no sabía eran las consecuencias de esa esencia, del aroma de lilas. Esas minúsculas flores de profundo olor encendían los cuerpos, los lanzaban irremediablemente hacia el amor, los besos rondaban los labios antes de que se pudieran notar. Y de esa forma, sin pensar, la Señorita Primavera se vio abrazada por Don Parque, sus cuerpos separados solo por una camisa se inflamaban entre el deseo y el delirio, cayendo en la pasión de un amor exuberante. Sus figuras rodaban por el suelo verde entre caricias que hacían estallar a su paso los colores de miles de flores, sus besos sabían a menta, a canela, a fresas, a cerezas, a hierbabuena, a .... La explosión de los sentidos de la naturaleza se unían en dos cuerpos, por que Don Parque ya no era solo un espíritu, había tomado de Fernanda su carne. Había arremetido contra su vientre robándole el don de crear, y de esta forma única don Parque había podido amar a la Señorita Primavera. Ya con cuerpo se había hecho ella y ella él, solo así podía amarla por lo menos una única vez. Su amor fue tan abrasador que la piel de Fernanda terminó ajada y el espíritu, Don Parque, terminó evaporándose, desvanecido entre las esencias y los extractos de las lilas, a pesar de haber tenido cuerpo por unas horas. El aire caliente hacía flotar el pelo de Fernanda retando la ley de la gravedad, lleno todo de amor en forma de flores. Un fotógrafo al ver tan bella mujer, arrebolada entre requiebros lejanos, enfocó su cámara hacia ella e inmortalizó aquel momento, compartiendo con todo el mundo la exaltación de la primavera visto en el cuerpo de una joven, y que, tiempo después, sirvió para adornar pequeñas cajas de perfume de lilas.
Ella volvió a su casa, contó la historia y lo único que se llevo fue una enorme bofetada de su madre por haberse paseado medio desnuda por la calle y tener ese horrible color rojo en el pelo. Su familia sabía de su carácter fantasioso y no le dieron importancia, ni siquiera notaron el aroma de lilas que desde entonces la acompañaba a todas partes. No enfermó de amor, era fuerte y sabía la diferencia entre los cuentos, los sueños y la vida, sin embargo nunca pudo casarse, ni tuvo hijos. Trabajó como institutriz durante muchos años y después como aya. Murió hace unos años. El recuerdo de aquella historia se quedó en una pequeña caja con el dibujo de aquella joven y olor a lilas. Carmen encontró la caja, o más bien se la dejaron para que aquella tarde la encontrara.
Si, me parece que me voy al parque, a mi querido parque. Tengo muchas ganas de coger un ramo de lilas, ¡hace tanto que no las tengo en mis manos! Entro en él con sorpresa, ¡ha cambiado tanto!, apenas lo reconozco. Están los viejos árboles, los bancos de piedra y de madera, el pequeño estanque, la fuente y la figura que la corona, pero hay algo diferente... Si, es la gente, la gente ha cambiado. Todo el mundo sonríe, parecen enamorados. Serán las lilas traídas por las manos de la primavera. Serán las lilas que prenden besos en sus labios.
Serán las lilas que inundan sus almas con las ansias de amar. Pues nada, yo también voy a poner lilas en mi corazón.
Mientras en la mente de Carmen corría este pensamiento unas manos se posaron en su cintura y un beso dulce la llenó de cálidas sensaciones. Era Don Parque que buscaba de nuevo a la Señorita Primavera. Esta vez no esperó a que ella le tirara piedras, ni se atravesara en su camino, fue derecho a por ella. Claro que era un imposible. Ella era un ser real, él solo un cuento, una fantasía, una ilusión, un ensueño de las tardes y las noches de primavera.......
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