No quiero llegar a viejo y quejarme de lo que fui. Tal vez pudiera compartirlo con alguien, pero ya no estoy dispuesto a continuar con la misma rutina que aprendí en la infancia: “Un hombre no llora… un hombre no debe decir lo que siente… un hombre aguanta….”
No quiero llegar a viejo y seguir con el mismo patrón de conducta. No es fácil hablar, y no porque no quieres, sino porque no sabes cómo. Aprendí a decir lo que siento, sólo a través de un puñado de letras y una hoja en blanco. Tal vez por eso escribo tanto en la Hacienda.
No quiero llegar a viejo y decir que la última vez que toqué el paraíso, que pise la Gloria, fue la tarde de una Navidad, cuando estuvo envuelto en su piel.
No pretendo llegar a viejo y reconocer que lo único seguro que tengo es que un día moriré. No sé si evolucione. Tampoco si tendré otra oportunidad, para cabalgar de nuevo. Así que no quiero entender, unos instantes antes de morir, que debí vivir aquí y ahora.
No quiero llegar a viejo, para poder comprender y agradecer todo lo que me dio la vida: Que me dejo que se cruzara en mi camino para aprender a amar y disfrutar cada instante. Que me dio la fortuna de verlas nacer, cargarlas, de jugar y abrazarlas. De llegar a un lugar para conocer y descubrir que se posó en mi corazón.
No quiero llegar a viejo y decirle a la vida que mi infancia fue bella, a pesar de los malos momentos.
No quiero llegar a viejo y declarar que durante la juventud, cultivé mis propias flores, muy a pesar de cruzar laberintos de droga, sexo, alcohol y rock and roll.
No quiero llegar a viejo y seguir tocando puertas cerradas, cuando hay ventanas abiertas, que dejan ver el sol. Ni mucho menos, quiero llegar a viejo y sentirme culpable, porque hay miradas que no quieren voltear a verme, porque su vista está fija en la otra acera.
No quiero llegar a viejo y seguirme quejando por lo que no me dieron mis padres o por mis enfermedades.
No quiero llegar a viejo para adquirir conciencia. Para aceptar todo lo que pasa y ocurre. Para comprender que nada es casualidad y que todo es obra de la causalidad. Para descubrir que tuve todo ; y que por engreído y egoísta, lo perdí. Ni siquiera quiero llegar a reprocharme por no aprender a caminar, convivir ni compartir.
No quiero llegar a viejo y seguir diciendo que no me amo ni me apruebo.
No quiero llegar a viejo, para aceptar la existencia. Para aceptar las cosas que puedo cambiar y aceptar, también, los que no puedo variar. O para comenzar a aceptar su voluntad.
No quiero llegar a viejo, para aceptar al ángel de la muerte.
Prefiero comenzar hoy y aceptar la vida, sólo con la frente en alto, los pies en la tierra y la gratitud.
Prefiero comenzar hoy y ver la magnitud de los árboles, agradecer que mis padres me permitieron nacer, que las espinas tienen rosas, que hoy puedo caminar y ya no andar a gatas, que él se instaló en mi corazón, y que tengo un día para aprender y una eternidad para crecer.
Gracias por escucharme, Señor….
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