Dicen que de lo que se come se cría; en mi caso, esto es bien cierto, yo nunca lo habría creído hasta el día en que crié churros. Les escribo aquí mi testimonio para que sepan que esto puede ocurrir, los médicos que han estudiado mis nuevos anexos churrianos no se explican cómo ocurrió, sólo conocían un caso anterior similar al mío en el que un señor, tras haber ingerido cochinito frito, comenzó a tener extraños movimientos estomacales a lo largo de la noche; a la mañana siguiente se levantó con el corazón saltándole en el pecho tras observar un sonrosado hociquito saliendo de su boca.
Lo mío no fue muy distinto. Una mañana que regresaba a casa con mi amigo Pedro tras una tremenda fiesta con la gente del trabajo, decidimos parar en la Venta la Tostada veloz para desayunar algo. Pedro se pidió un café con leche y una tostada de aceite y tomate y yo opté por los tradicionales churros (adoro…o más bien adoraba esa riquísima masa con que están hechos) con chocolate. El desayuno era digno de revivir hasta al más feriante. Tras eso, nos despedimos y cada uno se dirigió a su casa. Hasta ahí todo bien.
Eran las 8 menos cuarto cuando me acosté. Cerré los ojos. Sé que esa noche me moví mucho. Al despertar, un pequeño ardor en la boca del estómago. Me dirigí al espejo del baño “por qué seré tan cerdo?” me dije cuando encontré desparramados por el baño: pelos, los tres calzoncillos de los últimos días y varios botes vacíos de champú, gel y colonia. Me lavé la cara, me miré al espejo…”Ahhhhhh” mi grito debió escucharse hasta en la Conchinchina pero es que la imagen que el espejo me devolvía era dantesca: de mi cabeza salían tres churros, tres dorados churros de la misma masa de la que hasta hace unas horas yo era amante. “¿Y ahora qué hago yo con esto?” me dije; lo peor es que la cosa no quedó ahí, al levantarme la camiseta con la que solía dormir, una vieja camiseta con el símbolo de mi facultad, encontré dos churros más diseminados por mi antes atlético abdomen, digo antes, antes de empezar a beber un litro de cerveza diario.
Me costó salir a la calle la 1ª vez. Evidentemente lo 1º fue ir al médico. Al principio fue uno, luego varios más, más tarde, sin saber cómo empecé a pasearme por los congresos médicos de media España.
En cuanto a mi relación con los churros, decir que ésta, al principio, fue complicada, los odiaba por no permitirme seguir mi vida con normalidad incluso pensé arrancármelos y acabar con todo; luego aprendí a vivir con ellos, me hacían especial, único y eso me gustaba; finalmente, consiguieron apasionarme, sentía una oscura y casi diabólica obsesión, podría decirse, por observarlos.
Les cuento mi caso para dejar testimonio, para que crean de una vez por todas que lo cotidiano, un buen día deja de serlo. Las cosas hay que tomarlas como vienen, yo lo hice y ahora soy el único hombre sobre la faz de la tierra con cincho churros adheridos a su cuerpo.
|