De mi relación con los maestros y con la actividad de dar clase me llevan a dos historias, una con un mentor que sólo estuvo un dia en un pueblo alejado. La otra historia corresponde al amor de una pareja de maestros, que la contaré después.
DEBUT Y DESPEDIDA
Un maestro nuevo. ¡Por fin llegó! el más contento era el director, ya que tenía que atender a tres grupos. Los padres de familia habían levantado otra aula. El maestro venía de la ciudad, fue recibido por su colega para mostrarle donde viviría.
— Has llegado oportunamente. en la noche hay baile y habrá muchachas que te querrán conocer.
— ¿Tú crees?
— Claro que sí. Además son lindas, por estos lugares hubo sangre francesa. Vamos a comer, doña Engracia guisa como los ángeles.
Llegaron a la casa, lucia limpia, y había sobre la mesa un mantel de color blanco, y un florero con una rosa recién cortada.
—Bienvenido maestro, verá que le gustará nuestro pueblo. Dicen que quien prueba agua de San Ignacio ya no se regresa. — Dijo doña Engracia.
— Y que me dice de los frijolitos, las enchiladas y el atole de capulín. —Terció el director.
—Todo lo que comerá maestro lo cosechamos aquí, incluido nuestro Chiltepín que nace y avienta su chile sólo si le gusta el lugar. Si no, sólo da puras hojas.
Al maestro se le iba la voz en dar las gracias a Doña Engracia, pues estaba sorprendido del recibimiento, y deseoso de empezar a comer, pues el tiempo de las tortas, los tacos de vísceras para llenar la panza, parecían haber quedado atrás.
Los frijolitos de la olla con epazote y queso estaban deliciosos, el chiltepín con manteca, ajo, y cacahuate estaba picoso, pero muy sabroso. Esas tortillas blancas que se inflaban sobre el comal y que iban directo a su boca, ni en sueños. En la ciudad eran tortillas que salían de la maquina. El plato fuerte, era un mole de olla con verduras y arroz blanco con zanahorias.
— ¿Qué te pareció la comida?
— Estoy que reviento.
— Vamos a descansar un poco, para prepararnos para la nochecita y mover cadera. el baile lo organizó la sociedad de padres de familia.
Rumbo a casa, encontró perros, gallinas, y puercos de todos tamaños que trompeaban todo lo que encontraban a su paso. Casuchas de lámina, otras de palma, y el griterío de los niños.
La noche había caído, y el baile había empezado. Los acordes de una cumbia de moda se escuchaban, mientras ellos apenas salían. En el camino, casi por llegar empezó a sentir breves y fugaces dolores abdominales.
— ¿Dónde puedo ir al baño, me están dando ganas de ir hacer del dos?
— Maestro prevenido, siempre vale por dos.
El director sacó un rollo de papel higiénico.
— ¿Pero dónde?
— Allí tras lomita, antes de llegar al sitio del baile, te alejas y por allí te acomodas.
— ¡cómo! No hay baño
— No estamos en la ciudad. Buscas un lugar y a ras de suelo, de aguilita como decimos por aquí. Te presto la lámpara, para que veas dónde.
El maestro se guardó el papel en la bolsa de la camisa, tomó camino alejándose de la pista de baile. Encontró con ayuda de la luz, un buen lugar para hacer su necesidad. Con los pantalones abajo y en cuclillas, se dio a la tarea, no lejos se oía el son de la música, gruñidos de puercos y en lejanía ladridos y rebuznos. Recordaba, antes de separarse del director que éste le había dicho que tuviese cuidado con los verracos. Y el dedujo que los evitara, para no ser manchado de lodo viejo y apestoso.
Vació sus intestinos abundantemente. Sin embargo aun persistían dolorcillos que indicaban que aún faltaba. Fue en ese momento cuando escuchó que detrás de él gruñía un puerco. Por la respiración y, el sonido pensó que se trataba de un animal enorme. Así que trató de alejarlo “usha usha lárgate” pero el animal no hizo caso, ya lo tenía bajo sus nalgas. Comprendió entonces la recomendación del director y recordó que en algunas comunidades los dejan en libertad para que se alimenten de heces humanas, una manera de mantener un saneamiento rudimentario. El hocico del animal estaba muy cerca de sus huevos y él buscaba afanosamente el papel, para asearse, cuando explotó en el cielo un cuete, pero lo oyó tan cerca que su cuerpo brincó, pero el animal fue presa del miedo y salió en estampida, de tal manera que el hocico primero y, la testa del animal, quedaron atrapados entre las piernas del maestro y el pantalón. Él sobre el lomo, sujetándose por instinto. El enorme animal llegó hasta la pista de baile jineteado por el mentor, que enseñaba el culo a las agraciadas damas que deseaban conocerlo.
Muy en la mañana el profesor no esperó y tomó camino llevando el veliz bajo el brazo. El paso rápido y la testa hundida.
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