Catamarca es la crónica.
Tus arrebatos.
La exantropía. Se evaden de tu memoria los crepúsculos en donde tu padre, Domingo, te relataba las penurias y alegrías vividas en el pequeño viñedo al sur de Belén. Comarca en donde tu abuelo, Esteban René, horadaba la crianza de los viñedos, atando las vides de las parras, entre los postes y la enramada de alambres. Después, con la misma displicencia, cuando las uvas han madurado sus granos y el hollejo y hacen el tinte justo, silbando se marcha orillando la acequia de riego; con el ojo derecho caído, arrugado por una cicatriz porque una noche en los fogones de San Juan se trenzó en una pelea con otro viñatero que, en un descuido, le zanjó el ojo de un puntazo con un hierro caliente; por eso lo apodaron el Tuerto.


El Tuerto Esteban que cosechaba las uvas gracianas y mazuelas más ricas. Las de pulpas acuosas y pocas semillas. Las de generosos racimos, las que jamás se apestaban y le daban al mosto el duende de las
vendimias.
Esteban era un viñatero como pocos. Dispuesto a su labor para que nunca le falte el pan a su familia. Siempre después del ocaso, regresaba al galope en su caballo

baqueano; al anochecer, hecho cansancio, apenas una sombra maltrecha, volvía. Sin embargo así, desprende al bagual del apero, las correas del guardamontes, la cincha, el mordillo y, con desconfianza, guarda el lazo hecho del pellejo de una Lampalagua. Ese cuero de víbora barcina que nunca deja de acompañarte desde el día que la desollaste cuando se había tragado a tu segundo hijo de apenas 6 meses. Desde esa noche, nunca pudiste dormir tranquilo. Así te aguarda El corral de tu familia y tus uvas, ese pedazo de tierra que te has ganado con sudor.

Esta noche hay cambio de luna y es seguro que se desata el mal tiempo. La gente de la zona hace premoniciones. Hay quienes sostienen que estás loco Tuerto Esteban, que salís por la noche para hablar con los fantasmas que vagan por tus viñedos. Larga es tu vigilia para que tus hijos duerman protegidos. Tuerto Esteban, si dormís con un ojo mientras el otro tantea en el vacío desafiando al más allá, como si ahora mismo el mundo se muriera en tu ojo
inoportuno.

Tu ojo blanco que mira siempre soterrado, para el ilusorio devenir de los días en que vivís con las rémoras del olvido.


Es cuando acaba la cosecha que tu ojo descansa Esteban, viñatero,
Tatarabuelo. Ya has estacionado en las cubas un vino tinto noble, y un blanco pajizo, astringente para tus amigos. En tus toneles se fermenta el tumultuoso orujo con la casca para que el vino empiece a envejecer y para que la borrachera sea un tembladeral de la memoria.


¿Quién diría, Tatarabuelo, que entre las uvas negras tus manos buscan la pupila perdida? Esa mirada que ayer te hacía ver la vida con las retinas
de la felicidad.


Eran los días de 1930 y los avatares de la vida en nuestro país, estaban influenciados por los factores políticos y económicos que se manifestaban a favor del centralismo porteño. Catamarca es una de las 14 ciudades que forman parte de la República desde la Organización Nacional. Se acentúa la crisis social hacia una dominación netamente patriarcal desde los sectores que reivindican la figura del Presidente de Facto, José Félix Uriburu.


Catamarca es una ciudad con aires de grandeza. Como provincia del interior cuenta, estadísticamente con: 3 hoteles para el turismo, 2 sanatorios, 3 boticarios, un registro civil, un juzgado de paz y 2 clubes de fútbol; a pesar de ello, cerca de la plaza principal, entre las barrancas abiertas por un arroyo que crece rebelde todos los veranos, se han instalado numerosas familias de escasos recursos que viven a orillas de las zanjas cavadas por el agua; es un asentamiento de pequeñas construcciones con adobe, lonas, latas y tablas. Allí está la realidad de un país que olvidó el federalismo y a sus cabecitas negras. Las ciudades del interior viven engañadas por la magia del confort y las desavenencias sociales de la época infame.


El Corral de Esteban queda a 50 kilómetros de Catamarca, por eso tu ojo ya no duerme, pulula por el camino, justo el día que la radiofonía argentina transmite la primera emisión oficial en cadena desde Córdoba para todo el país. Ese día memorable para la historia de las comunicaciones,
llueve.
Hay tormenta para calmar la sequía y para crecer los canales de riego de las parajes viñateros. Llueve desde tus ojos Esteban una tristeza. Las acequias han crecido

porque hace 2 días que llueve a baldazos. El agua azota al poblado de Belén y bajo la estampida de los truenos y relámpagos el cielo se cierra en tu ojo cíclope, tu caballo no puede contra la corriente que desborda y te voltea, te disloca el fémur de tu pierna izquierda; a los manotazos intentás sostenerte, pero el agua de la acequia te voltea,
te arrastra.

Han pasado varios años para que esto sea un episodio de viajeros por toda la zona vallista. Sólo la voz de tu madre es la que te despierta entre rondas y villancicos una tarde de abril. Tus hermanas han crecido Domingo. Y será una madrugada, la de tu llegada hacia el ingenio El Tabacal, adonde encontrarás tu destino junto a Virginia Frías Ortiz.


El tiempo pasa. Al espejo te crece una barba parecida a la de tu padre. Allí estás salando carne para el charqui, manejando el puñal con habilidad, porque esa hoja filosa la heredaste de tu padre. Pero un mañana al abrir los ojos estás solo, la tormenta ya ha pasado y en los viñedos quedan las barrancas de una lluvia siniestra. Ahora en medio del calor de las chalas quemadas de las cañas de azúcar, lejos de tu casa y tus
hermanas, te acompaña el lazo de pellejo de lampalagua enroscado a tu espalda.
Y vuelan tus recuerdos con el hollín de la caña de azúcar, ya en la finca de los López Serrey,

desde los cañaverales

tu padre
te dice adiós.




Gustavo Rubens Agüero
elimaginero9@hotmail.com