El centauro Quirón sólo se percató de la energía que se precisaba para insertarse en el flujo de la vida hasta que fue derrumbado por la enfermedad y su lomo equino se cubrió de mataduras. Luego de que su cuerpo se convirtiera en el territorio tomado de millones de virus que se reproducían con abyección, Quirón incluso se olvidó de los sitios en los que deambulaba con su andar de caballo renco.
Hasta que varios faunos le llamaron la atención de que les pisoteaba sus reservas ocultas de frutas y raíces, Quirón determinó dirigir la poca energía que le quedaba hacia el menor de sus movimientos, como si fuera un insecto que estrenara las articulaciones de sus patas.
Entonces Quirón percibió la dinámica de nuevos pensamientos, que suplieron a los impulsos animales con los que cabalgaba por los bosques de Tesalia y Elis sin concierto. Así fue como se llenó de larvas mentales lentas, torpes y sobre todo escasas como gusanos de Isinor.
A partir de que inició su batalla contra la peste que ya aniquilaba a centauros tan poderosos como Crosso el Bruto, Alhako el Sin Crines o Helitio el que Resopla, Quirón descubrió que las asperezas rudimentarias de su mente habían sido barridas por un viento apurado, dejando un enorme desierto donde afloraban pensamientos efímeros, como los lagartos escurridizos que nadan en la arena.
Fue en esa oquedad de su mente donde Quirón contempló el devenir de su propia vida llena de la brutalidad que caracterizaba a otros centauros, como Folo y Neso, a quienes les bastaba la contemplación de una silueta femenina para exacerbar sus instintos.
Sería también durante los días en que se mantuvo echado al socaire de una peña cuando Quirón asumió al fin la serenidad y el autocontrol como primera naturaleza, de manera que no le importó hallarse cubierto de lodo y con las grupas ya invadidas por el musgo, cual si fuera una de las salamandras consubstanciadas con la rugosidad de las cortezas.
Cierta tarde, una tormenta cansada lavó el torso esquelético de Quirón en tanto las gotas reptaban por sus facciones demacradas y el cabello largo untado al cuello. Entonces Quirón abrió los ojos y descubrió la figura solemne de un muchacho ensopado, cuyo gesto duro contrastaba con su cuerpo flaco trémulo bajo el agua.
El joven se presentó como Krimio el Arcadio, y sin más preámbulos sacó un cebo de Erimanto que incrustó en una cavidad de la piedra, donde lo encendió enconchando el tronco para evitar la lluvia. Ya con la luz mortecina que lo alumbraría las siguientes horas, sacó uno de los legajos que cargaba en una talega de cuero de toro y sesgó el cuerpo para evadir la exudación de las nubes que chocaban en el cielo como mastodontes. Al fin comenzó a leer, declamando con persistencia de clepsidra cientos de fórmulas mágicas que se posaron en la memoria aletargada de Quirón, enquistándose como cangrejos en la arena.
La preparación a lo bruto en los misterios de la Medicina concluiría para Quirón hasta la madrugada siguiente, cuando Krimio el Arcadio leyó la última de sus sentencias ante el crepúsculo, bajo el postrer espasmo de una lluvia que arrasara con la infamia de la peste, a la cual sólo sobrevivieron pocas tribus de centauros.
Al concluir su trabajo, Krimio el Arcadio al fin permitió un gesto conciliador en su rostro como de cera. Después se aproximó a Quirón, le sopesó la quijada de goznes amellados y le soltó una bofetada violenta que lo despertó de golpe, haciendo que se incorporara trastabillando con sus patas temblorosas.
La lluvia cesó. Quirón conservó el equilibrio luego de una danza chusca ocasionada por la debilidad, levantando el rostro augusto cubierto por el pelambre primitivo: su cuerpo había doblegado al mal; y su mente rebosaba de armas sapienciales para vencer A Cualquier Enfermedad.
Sólo entonces Quirón reparó en que ya partía Krimio el Arcadio, vadeando los charcos repletos de renacuajos con el cuerpo magro encorvado por la talega de papiros maltrechos, donde ya se desvanecía por la humedad la letra precisa del viejo Prometeo, quien sobre una loma ya aguardaba por su mensajero, alzando el rostro escrutador.
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