Al fin, Claudia rompió el silencio:
–¿Así que te diste cuenta de que puedes vivir sin mí?–.
–No importa, de cualquier forma eso no cambia nada –respondió Roy, mientras sacaba un paquete de cigarros del bolsillo–.
–¿Cómo que no cambia nada?, eso significa que no me quieres.
–No hagas las cosas más grandes de lo que son.

El rostro de Claudia se endureció, mientas que el de Roy se ablandaba, como queriendo decir algo que no debía.
Unas lagrimas comenzaron a rodar sobre los pómulos helados de ella y él comenzaba a hundirse en el fango de la vergüenza. Hizo por abrazarla, pero fue rechazado; insistió hasta que cedió y la apretó fuertemente como para evitar que se huyera.
Claudia se entregó al llanto, y el dolor de Roy derivó también en llanto. No se imaginó que sería tan difícil ese momento, que representaba al mismo tiempo el reencuentro y la despedida.
Tan fácil que seria decirle la verdad, tan fácil que sería decir unas cuantas palabras y terminar con el sufrimiento de ambos.
Ella sufría porque la persona que ama no la amaba; y él sufría porque la amaba, pero era más fuerte su cobardía, su miedo al dolor que llegaría cuando inevitablemente, algún día, Claudia se marchara de su lado.
(continua)