La vergüenza
Caminaban de la mano, no los veía nadie. Acordaron la hora señalada. Se despidieron con un afiebrado beso. El se fue por el camino del monte, y ella bordeando la carretera que iba directo al pueblo.
Atardecía. Los rayos anaranjados del sol le lastimaban los ojos. Después de cenar, sus padres se fueron a la casa de un vecino, la hija menor de esa familia cumplía años. Ella se quedo recogiendo los platos. Era mejor así, el vientre gravitoso, ya se le comenzaba a notar.
Lavo la vajilla y se sentó en la mecedora de madera, al lado de la vieja estufa. Llamaron a la puerta. Era él. Después de convencerla de que todo saldría bien, de endulzarla con meras palabras, aun con el inminente riesgo de que ellos llegaran, fue hasta la cocina y le sirvió un vaso con agua; como si aquel líquido sirviera de alguna forma para calmarle la angustia. Se demoro bastante en cambiar el contenido del frasco.
Ya había transcurrido la media noche. Le toco el vientre y con un beso en la frente, se despidió de ella.
Con la esperanza de un futuro, con un beso marcado a fuego, con el deseo del perdón, se sentó nuevamente en la mecedora a esperar que ellos llegaran, después de todo aun era una niña. El solo hecho de encontrarse sola en la casa, le producía escalofríos.
La puerta se abrió. Eran ellos. Al reincorporarse se sintió un poco mareada, hacia noches que no podía dormir bien.
La madre con total indiferencia, se retiro a su cuarto. La muchacha con sumo esfuerzo se levanto de la mecedora y se fue como de costumbre a calentar el agua, para preparar la tizana de tilo y valeriana, que le aseguraban algunos minutos de sueño.
El padre le toco la mano suavemente y la miro con una mezcla de lastima y dulzura, después de todo, era su hija.
Ella se fue a recostar a su cama y su padre le alcanzo el té bien cargado, para asegurarle descanso. Hacia mucho tiempo que no recibía ninguna muestra de cariño de parte de él. Se fue durmiendo lentamente, mirando el rostro cansado de este. Esperanzada en el perdón, en socavar la vergüenza.
Sentado al lado de su cama, y velando sus sueños, el viejo padre se quedo contemplando el rostro, aun de niña, de la muchacha. Se retiro tranquilo al verla dormir profundamente.
Al funeral asistió casi todo el pueblo. En primera fila su madre y el supuesto padre del niño que había yacido con ella y las promesas sin cumplir. El único que faltaba era su padre, que esperaba la condena por asesinato agravado por el vínculo, en una sucia celda.
Después del entierro, él, su primer y único amor, y su madre, se fueron alejando hasta perderse en la multitud.
Nadie los veía. Se besaron afiebradamente. Luego de mirarse con deseo morboso, él se fue por el camino del monte y ella caminó bordeando la carretera, que la llevaba directo al pueblo.
Fin
|