Cada tarde que voy a la cocina veo la alacena y con apatía me retiro de allí, en ocasiones me siento frente a esta y noto que se encuentra vacía y en su fino cristal observo un rostro que a través de los años se ha forjado con los buenos valores y las atenciones prestadas.
Este reflejo me lleva al interior de esta y puedo ver un desolado paisaje en el que no habita nada, este paisaje me hace recordar que a la distancia hay una persona que mata sus esperanzas por mantener vivas las mías, esta persona que a diario lucha por mantener esa alacena llena, esta persona que mas allá del horizonte conocido mantiene su espíritu en pie de guerra para que su descendencia se mantenga.
Su patrimonio, su orgullo, su honor, todo eso es lo que yo represento para esa persona a quien debo mi vida, mi respeto y mi agradecimiento desmedido, es lo que yo veo en la alacena, por eso es que cada tarde que contemplo esta, estoy rindiendo tributo en mi memoria a esa persona que mas allá del continente entrega lo mejor de si mismo por mantener vivo su legado y sus raíces que a través del tiempo se han ido formando.
Y sobre la cruz que esta persona carga estoy yo, quien hecho a su imagen y semejanza debo hacer el esfuerzo caminando por el sendero de la virtud y la bondad para evitar que su viacrucis sea en vano.