El gran castillo, una vez radiante ahora no era màs que una mera sombra. Dos centinelas irrumpieron el salòn del trono y arrojaron a un pobre mendigo sobre la gran alfombra a los pies del rey.
Aqui esta mi señor!-exclamo uno de ellos-a sido este el hombre con quien hablo vuestro querido hijo.
El rey, hombre de avanzada edad, dotado con una penetrante mirada llena de sabiduria, sabiduria que solo se adquiere con los años dijo con pausada y firme voz:
-Dime, ¿que le has dicho a mi hijo? que palabras pueden causar tal efecto sobre su persona.
El hombre, permanecia en silencio.
-Me colmas la paciencia, dime ahora o teme por tu vida.
-Solo le dije la verdad mi Señor,-contesto con voz firme el hombre, que ya se habia puesto de pie.-le dije que era... que era prisionero.
Un gran alboroto proveniente de las habitaciones superiores interrumpiò aquella conversaciòn.
Señor!! Señor!! venga pronto.... su hijo, -grito uno de los sirvientes que bajaba a gran velocidad las escaleras.

Todos los alli presentes subieron sin demora y entraron a las habitaciones donde el joven se encontraba casi moribundo. El joven a no estaba, la habitaciòn estaba vacia; pronto un resplandor enorme entro por las ventanas: en la lejania un plateado corcel alado volaba rumbo a las estrellas.