Con polvo acumulado, a la sombra y bajo el banco de la plaza estaba la pantera descansando. Le faltababan algunos dientes por el maltrato y la cantidad de años que lleva dando vueltas en el mundo. En sus mejores tiempos fue una pantera aventurera, viajó en barco, en camión, en una maleta, incluso en avión. Estuvo en los lugares más increíbles y siempre acompañada de distintos dueños. Pese al trajín y a las inclemencias del tiempo nunca perdió su color. En más de un viaje le cayó pintura pero siempre aguantó todos los lavados.
Fue encontrada por un domador de almas y cantante de tangos. La escogió entre tantas otras de su especie por el brillo y firmeza de sus dientes. La vio y se enamoró. Pagó por ella al tendero y se la llevó de viaje. "Esta pantera me da la suerte" pensaba el cantante luego de cada conquista sobre el escenario. Una noche, un asistente al show la vio detrás de las cortinas, apostada en el suelo... aprovechó el descuido del domador de almas mientras interrumpía su presentación para ir a tomar algo de aire y mojarse la cara. Cuando el cantante volvió, aireado y despeinado, la buscó y la lloró. Nunca más pudo presentarse como lo hiciera en compañía de su pantera, su carrera se fue a pique. La prestancia entregada por esa pantera y su firmeza no la tendría jamás ni aunque se consiguiera otra...
Por su parte, el ladrón era un aficionado a las panteras, tenía una colección en la casa compradas o encontradas en distintas partes del mundo. Todas se las traía a su casa y las tenía en vitrina. Si las panteras pudiesen tener celos, de seguro se sentirían cuando llegó esta nueva, impresionaba por su brillo y entereza, con los dientes tan firmes que podía arrancar un mechón si alguien se descuidaba, incluso hacer jirones la camisa mejor confeccionada. Cuando la hija del ladrón la vio llegar supo de inmediato que esta pantera sería el regalo perfecto para su nuevo novio. Su padre siempre llevaba panteras a la casa pero ésta era distinta. Con la presa entre sus manos, temblando, dejó abierta la vitrina y salió corriendo a casa del muchacho. Éste se sorprendió de verla tan agitada y le preguntó qué traía detrás suyo. Cuando la hija del ladrón le mostró lo que escondía, el muchacho se quiso desmayar de la impresión. Era igual a la que había visto en fotos cuando niño, y muy parecida a la que su abuelo llevaba cada vez que salía de gira. Su abuelo había muerto de pena tras perder la pantera en uno de sus conciertos y ahora él tenía en su poder ¿la misma? Si no fuera porque a esta ya le faltaba un diente, diría que es la misma. La hija del ladrón le quiso dar el regalo a su novio ya que esa noche él zarpaba rumbo a Asia a una reunión para concretar un negocio y quiso darle algo especial que le hiciera recordarla durante todo el viaje y pensó que una pantera podría ser ese objeto preciado. En esa época estaba de moda tener una, todos los elegantes señores andaban con una a cuestas, otros preferían no sacarla de las casas pues podía ser peligroso, siempre bajo su vista, se las podrían robar. Para el muchacho, tener la pantera fue como recobrar una leyenda, de repente vio todo el éxito de su abuelo vivo en su propia existencia, atravesado por la imagen triunfante abrazó a la hija del ladrón y se sintió tan dichoso que no pudo contener una lágrima que, rodando por su mejilla, fue a humedecer el cuello de la chica haciéndola estremecer. Esa noche se despidieron y él partió a Asia con su pantera muy cerca suyo. Tuvo que esconderla "por temor a la envidia" pues si alguien se la veía, aunque fuera con un diente menos, se la confiscarían. No sabe cómo se aguantó las ganas de sacarla y acariciarla pero lo logró.
Y así fue, recién llegado a Nepal, cuando dormitaba en el tren camino a Katmandú, se la sacaron del asiento de al lado. Esa tarde el joven nieto del domador de almas se quedó sin su pantera, sin su encanto y sin negocio. Se devolvió a Chile derrotado e hirsuto. La pantera continuó viajando con quien fuera su dueño de turno, regalada, admirada y menospreciada. Pasó por Reykjavik, Moscú, París, Rangún, Tibet y tantos otros lugares... Un día cualquiera, dentro de un paquete turístico de la tercera edad gracias a la gestión de la Caja de Compensación, un par de ancianos paseaban por un mercado flotante sobre los canales de la ciudad de Bangkok, cerca de un templo budista, se encontraron con la pantera sobre una barcaza compartiendo espacio con frutas, ajos, telas y varios enseres. Al ver la pantera el vetusto le dijo a la señora "mira vieja, esas peinetas las hacen allá en Chile, les llaman Pantera". La compraron por unos pocos bahts y se la llevaron de vuelta a su país natal donde terminó sus días descansando luego de caerse del bolsillo trasero del viejo, con polvo acumulado, a la sombra y bajo el banco de la plaza…
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