Desde eternas soledades, que se perdieron en tus ojos, bajó la noche perfumada de sangre para posarse sobre mi corazón.
Uno profundo misterio revela las plagas que se ciernen sobre mi; plagas grabadas en los ocultos códigos dentro de tu nombre. Y dentro también de mis entrañas ha latido la vida de quien hoy es flagelo y espada también: carne viva para un pecado más carnal aún; el hambre de resurrección.
Eternas soledades derramadas al interior de cada alma y abierto tus ojos ya, hacia el oscuro infinito, el dolor posee la fuerza del dragón y el nombre de la dulzura.
La suave voz que arrulla, vierte infames plegarias sobre la sombra de la nueva luna; una herejía para tu placer.
Cada cuerpo levantado ansiará con éxtasis cada estrella caída, que retornará a la bóveda celeste, olvidando así su libertad.
Y volviendo cada cuerpo su rostro hacia el oscuro cielo rojo, en la oración, caerán ciegos, mudos, ávidos de temor.
Cada cuerpo que de la fría lápida irguió su figura, en un alma ausente vaciará la blasfemia que mancilla cada uno de sus nombres y los hizo presa de la inconsciencia, alimentando a una voz antigua, más antigua que el tiempo, que como un trueno hace temblar la tierra, trayendo consigo la perdición.
Invocadas deidades vestidas de oro, dentro de un coro de siete voces, que liberan tu ánima perfecta de sus cadenas, harán la proclama santa que abre un profundo abismo en el cielo, para parir nuevamente tu luz.
Pero el inerte vació que se posó sobre tus ojos, da origen a la oscura noche en la que he de recoger con mi carne tu antiguo espíritu, mas antiguo que el tiempo, para elevarlo como Lucero al firmamento iluminando mis días al fin.