Amadísimo sea
Su bello nombre
Es la luz diáfana de
Mis esperanzas
Y taciturnas noches
Y es que morí
Al guardarle todos mis
Deseos en sus
Lindos brazos de tigre.
----I----
Le hacía falta irse. Y lo hizo.
Tiempo atrás en mis recuerdos la felicidad venía en frascos pequeños. Venía en notas suaves, en los días templados bajo el sol amable que permite cruzar el aire sin estupor, la risa de mamá, las travesuras de un hermano bajo mi complicidad –alegría de vidrios rotos – el mullido pelaje de una perra fiel. Había también la novedad de los secretos momentos de diálogo con mis nuevas extremidades a-do-le-scen-tes, luego las pequeñas aventuras con mis amigas y sentir que me apropiaba por fin de algo que nunca me había pertenecido del nada y que finalmente recibía a causa natural de mi despertar como la muy-joven-mujer que era a mis catorce.
No me pertenecía del nada. Distinto a todo, ese temblor en mi vientre era novedad. Eran dardos escupidos groseramente por más muy-jóvenes-mujeres. Eran roces ajenos, más que caricias, más que zarpazos y quemaduras. Tan ajenos que con miedo los imaginaba, ahí sentada en el pupitre de la hora de receso, los pasillos y demás escolares secretos. Y el miedo se quedaba aún después de irse Tania o Liz o Laura o Marce (Mis favoritos engendros contemporáneos) y haberme dejado hecha un ovillo de extrañas elucubraciones: (¿Qué fue lo que hizo Luís? ¿Cómo es que Oscar...? ¿En dónde dijo que Marco la…?)
Era un por dónde empezar ¿No? No había un choque directo. Instruida sutil-pero-gráficamente por las narradoras, conocí un par de usos y costumbres tan perturbadoras, que para qué re-sentir. Casi inenarrable. Y público, muy público. ¡Fantástico-musical-cal-carnal! Podrías casi tocar lo que hablo.
Un mal ejemplo: Ahí yo sentada bajo el árbol, apuntando oídos a las palabras de nosotras (Por que con ellas era nosotras) sin una verdad interesante en la punta de la lengua y luego ¡El flash! –Imagíname ahí, su-per-nerviosa, con Juan enfrente, mirándome los labios, diciendo qué-se-yo con mi cara de hazlo-ya, sintiendo la menta de su aliento, vagando por sus ojos, las rodillas se derritan mujer, sus manos en mi cintura, sus manos en mi espalda, sus manos…y vagando por mis labios, pude sentirlo antes de que siquiera rozara los míos, el frío quemante en mi espina… –Y luego Viri se calla, porque la sangre se le notaba en la cara, porque el sonrojo le pertenecía a nosotras y aún después de un lapso de incómodo silencio no podíamos ver la cara de la otra sin ese pequeño halo de culpa, sabedoras cada una de nosotras del pequeño delito de haber imaginado cada sílaba en acción.
En cualquier lugar. En un salón, un patio, fiesta, casa o sitio con una planta o dos, los chicos estaban ahí. Hablaban basura y jugaban con un balón o dos; pervirtiendo, fumando y cosas de chicos. Gráciles y soberbios, hermosos. Y nosotras estábamos también. Ellos venían y si el día era propicio, bajábamos la guardia; pero en la mayoría de los casos antes nos íbamos, siempre viéndolos a la cara, como muestra de “Suerte para la próxima”.
En alguna ocasión alguno de ellos llegaba y tomaba un rehén. Luís a Tania, Oscar a Liz, Marco a Marce, un tipo de lentes a Laura o cualquier variante aplicable. Y yo también era secuestrada.
Las primeras ocasiones me sorprendió la trama metódica; el nivel increíble de planeación logística o en caso opuesto, la gala de improvisación desplegada por mis prospectos ga-ña-la-nes, que no eran pocos ni muchos, pero el número asimétrico de ellos me agradaba.
Recuerda; manejarlos en la entrevista es un arte nato. Es una especia de pesca, un gran deporte. Primero elijes la carnada adecuada, el gancho preciso, alisas la cuerda, la enrollas, afinas el muñequeo (¡Vas por buen camino!) ¡Lanzas! Esperas, esperas (el pez debe de hacer su propio ritual antes de ceder) ¡Pica! Ja-las, ja-la-la-cuer-da-que-serrompe ¡Ya casi! ¡Prepara la red! Está fuera del agua, hermoso, domínalo, tómalo entre tus manos, deja que se ahogue, está listo. Ahora lo destriparás ¿Lo prepararás para cenar hoy o lo guardarás en la congeladora?
Al principio no era así. Yo no sabía que iba a pescar y en todo caso me quedaba sentada y aburrida en la orilla del estanque, escuchando a extraños hablando de mi inexistente risa o mi adorable voz. Hipócritas. Pero ellos fueron los que me enseñaron lo que sé. -¿Saber qué?-. Que todo descubrimiento deja de tener brillo conforme usa con el paso del inexorable padre Cronos.
Un par de años y fue sobre los chicos mi creciente desencanto. Y no es que sus rostros y/o extremidades fueran anti-estéticas para mí en algún momento, si-no más bien… irrelevantes. Aburrida entre sus brazos, somnolienta ante un beso; des-interesada. ¿Por qué después de un instante de pasión, no podían ser interesantes? El conglomerado de nosotras al parecer no notaba esa falta de solides por parte de los concursantes. Pero, para mí, si hablaban no lo hacían espectacularmente. Eran tan parcos, cortantes, cotidianos. Hasta sus chistes eran sin gracia.
Y las fechas se sucedían de esa manera. Las fiestas y reuniones, los lugares con una planta o dos y demás pretextos dejaron de ser mi asunto favorito. Pero no dejaba de asistir. Hubiera sido algo suicida a mi edad. Más bien cerraba los ojos, alistaba la caña y la lanzaba sin ver siquiera si tocaba el agua. Pensé en acostumbrarme, pero-no.
Leía y veía películas a falta de algo mejor para llenar ese je ne se qua. Me encerraba en mi habitación e imaginaba ¿Valdría la pena estar encerrada en la celda de la torre más alta, sumergida en un eterno sueño inducido por la manzana envenenada que me encontré cuando perdí mi zapatilla de cristal? ¿Llegaría un fulano primero a besarme y después ya veremos qué? ¿Al menos sería guapo? Porque a ésas alturas no sabía realmente si me importaba que fuera Feo con efe grande, peores cosas me han pasado, aunque nunca está de-más un esbelto y bien proporcionado efebo ¿Pero si llega y me pide que nos casemos? ¡Qué horror! ¿Qué horror? ¿No? No. ¡No! Al menos sería dis-tin-to a lo que acostumbraba de te invito al cine-antro y luego nos vemos. Y luego un día… el teléfono ¿El teléfono? ¡Ah, sí! Estaba sonando, me interrumpió de la dialéctica.
----II----
Era una fiesta en casa de alguien. Y yo escuchaba algo. Y me dijeron alguna cosa, pero con sonreír cerraba el ciclo de la plática. Al fin, había mucho ruido y muchas luces. Yo miraba a nadie, mis amigas me habían perdido hacía ya media hora. Estaba bonita (No pasé dos horas frente el espejo por nada) pero prefería seguir perdida. Noté que la música era bailable. Me dejé llevar por el sonido en danza llamativa (beat, beat, beat, beat…bass) y escuché un globo estallar. Me sentí observada, sabía de esos agudos ojos que me juzgaban y de dónde venían y por un fragmento de segundo negué por mi vida voltear. El siguiente fragmento olvidé esa determinación.
Darío sonreía y yo sólo me quedé con ese estúpido gesto que no es una sonrisa pero no es nada grave, es un ¿uh?, es gesto de lejanía de cinco metros y luego sin darme cuenta sonreí. Es como un reflejo de cortesía, una no está consciente de esas cosas. Pero sonreí y eso abrió la reja del tigre. Es como un reflejo de cortesía. Él también sonrió.
Me pidió bailar juntos. Y lo hacía bien. Era lindo y vestía elegante, olía rico y su voz era profunda y dulce aún en medio del sonido-mu-si-cal. Sus brazos eran fuertes. Muy buen mozo el niño. Claro que no sorprendente hasta ese punto. Me dijo que fuéramos a un lugar un poco más calmado. No perdería más que un poco de tiempo.
la caminata se paraba en el jardín de la casa de alguien. Él comenzó a hablar. Hubo algo en esa voz…
Darío hablaba a la par que sus labios me hipnotizaban. Sus manos tomaban las mías a la luz de una luna llena que salió súbitamente de entre las nubes (nunca me fijé en lo hermoso del cielo nocturno). En la entrada del trance, rayos de colores inundaban mi mente a cada palabra. Nunca pensé en la existencia de una experiencia mágico-musical fuera de la pantalla de mis películas y libros y tantas cosas que suelo ser yo cuando estoy sola que súbitamente me percaté de que ya no estaba en el jardín ni en las palabras, sino en cada una de las notas de Darío murmurando cerca de mí una canción. En sus brazos me atrapaba lentamente y deslizaba al fondo de un mar profundo y tan azul y cristalino, con mis dedos que danzaban entre los suyos y mis labios buscando al par en su rostro. Cerré los ojos y abrí mi mente al torrente láser que transitaba por mi boca, quemando dulcemente cada gota de conciencia, sintiendo vértigo al filo de la escalera al abismo y las fuertes manos que me empujaban desde la cintura para caer. Entre el mar de colores que no me interesaba descifrar, desaparecí.
Era la primera vez que viví algo tan así. No se cómo decir… es que…
Salimos un par de ocasiones más. Él siempre lucía y sonaba exactamente como yo hubiera querido, en la situación adecuada y el clima perfecto. Darío era interesante. Y siempre parecía no notar lo bien que hacía su trabajo conquistador. Una tarde en el restaurante, una mañana en el cine, una noche en alguna fiesta; impecable escala de voz, buenos gustos y galante porte. Empezó a ser un buen show.
Felizmente casi siempre los silencios incómodos que empezaron a surgir desde el momento en que pensamos ambos que no había mucho que decir, generalmente eran interrumpidos por un beso espontáneo que nunca fue mal recibido por ninguna parte involucrada. Pero a decir verdad la costumbre no empezó por mi parte. Debo de dar el mérito a Darío por el twist interesante de la relación plática-pareja. Por demás regularmente era lindo improvisar porque funcionaba en muchos niveles. (¿Valdría la pena que tirara el pañuelo por el ventanal del último piso de esta, mi torre más alta, y soltase mi cabello larguísimo y blondo al caballero con ese afinado laúd?)
Era mi chico de jueves a domingo y casi siempre después de las cuatro de la tarde. Pero los sábados y los domingos tenían la opción multiuso de citarnos en la mañana si nuestros haberes nos lo permitían.
Durante unas semanas mi mayor temor residía en las consecuencias del entremeterme tanto en la vida de Darío y viceversa y es que él aún había sido, al menos durante un mes empezada la relación, mi mejor secreto. Pensé un poco antes de presentarme con sus amigos y mucho más antes de servirlo en charola de plata a los filosos y reptiles ojos de nosotras. Siempre he medido los riesgos en las situaciones, que siento, lo ameritan. Para mi sorpresa, Darío resultó ser bastante diplomático pero firme en su posición conmigo, confié en él.
No sé. Ese hombre lograba siempre un sí de los no que estaba a punto siempre de lanzarle. Yo estaba de malas, él me hacía reír. Me sentía triste y un beso suyo me hacía sentir sustancialmente mejor. Impactante más de lo que llegué a permitir de manera consciente. Y es que caí en el cliché del enamoramiento (Y le arrojé la blonda cabellera ¡valdría la pena!). Y eso fue lo que hizo más complicado decirle adiós.
Nunca, por favor, pienses que las cosas deben de salir como las has planeado. Eso mismo, estoy segura, es lo que desde antes de su acción hace que todo se vaya al demonio. Así de fácil se puede fracturar un plan tan sencillo pero difícil como: “Tal vez esto pueda durar años, tal vez en realidad lo deseo y nada podrá separarme ahora que lo sé; amo a Darío y todo ello que representa estar a su lado, todo lo que es…” y luego el aludido se larga. ¿A dónde? Muy lejos. Con su familia a vivir a otro lugar, que no fue cerca de mí.
¿No pudo simplemente quedarse? Ya tenía suficiente edad para tomar sus decisiones, él me amaba. Eso me dijo tantas veces. Y se supone que cuando amas algo (a mí), haces lo que sea por ese algo, estar cerca de ese sentimiento, irte a otro mundo y vivir el sueño que era conmigo en una playa o un bosque (daba igual) haciendo qué se yo, pero una al lado del otro. ¡Patético! No sé como es que llegué a sentir tal. Pero era tan azul y tan sólido que la estocada de mi Romeo nunca estuvo en el panorama antojado. Él me dijo que no era mi culpa que se fuera, tenia razón, y que era mejor terminar la relación. Y no quise. De todas maneras se marchó. Pero yo no lo dejé ir.
Sin su mirada alrededor, por esa increíble partida, no me sentí sola. Nunca dejé de tener amigas y mucho menos amigos por estar con Darío. Nadie igualaba su presencia, de eso no hay duda. Ninguna persona era tan atractiva como él, nadie me llenaba los ojos de fuego. Y no esperaba encontrar quién en verdad, yo lo tenía aún en mí. Da-rí-o en cada fiesta, (Da) en una película francesa que no entendí, (rí) en una canción du amore (o) en un café los sábados por la tarde, leyendo el único par de cartas que me escribió.
A los seis meses decidí volver a intentar salir con alguien. Ya sabes; salir a un lugar coquetear y ver qué sucede en un ambiente no seguro, pero controlable. Pero decidí no volver con los clásicos sugeridos por el menú de nosotras (ellas que nunca me dejan aunque lo hubiera querido) Exploré nuevas etapas de personas. Desde siempre supe de chicos distintos. Antes de Darío no los intenté, porque sentía que su juego era tan distinto como para no entender. Sin embargo, no tenía qué perder ahora. Y a pesar de la curiosidad, la expectativa no era alta; Darío aun rondaba mi mente con esos brazos y esos labios sensualotes que con un parpadeo podía morder...
Con el tiempo conocí a Esteban y su gran colección de discos de todos los géneros de la música. Con más tiempo conocí a Alejandro y ese gusto tan estrafalario por la tecnología. Tiempo más y conocí a Franz con su gusto tan refinado para la ropa. Menos tiempo pero suficiente para Leo y su banda. Icker, Juan, Eddy y hasta un Pablo. Pero no un Darío. Nunca uno como lo era él.
----III----
Imaginé que sería genial bailar tango con Darío como lo había hecho con Luis. O cantar una canción como con Rafael. Pensé que sería todo tan excitante. Pero con Darío. Y luego volví a poner atención al profesor. Mi primer día en la facultad es todo un desastre la cuestión de los horarios.
Soy feliz y no me molesta hacerlo con quien sea. Mi infancia y adolescencia fueron tan rápidas que por un tiempo me sentí vulnerable incluso al aire que respiraba. Y a decir verdad, sabes que lo somos. Pero una se acostumbra y decide crecer, tirar la ropa de hace años y hasta escribir con letra distinta. Pero a veces no se sabe cuando algo resulta un lastre. Es cuestión del sub-consciente; sentirme segura con una canción de The Beatles o que me gusten las papas fritas con mucha salsa.
Llega esa idea a la cabeza, esa plaga de ser feliz y hacer a alguien aún más dichoso como si eso nos hiciera ganarnos el cielo en tierra, al lado de mi chico multi-usos. Y nada más importa ¿No? Lo sé; todo esto suena tan egoísta. Pero seamos sinceros; somos jóvenes y nada más nos importa, ni debería ¿o si? Hoy por mí, mañana por ti y nunca piensas si llegará el mañana o si vives en el ayer, hasta caer en la monotonía que causa vivir en la ruleta de no saber si la casa gana o pierde y si volvería Darío o me encontraría un fantasma mejor. De que si en verdad lo seguí amando como lo pensé.
¡Qué curioso encontrarnos en el mismo salón de clases hoy! Tienes el mismo horario que yo. Vayamos despacio ¿si? Y no pongas esa cara. Después de todos estos años y todo lo que he dicho y cómo es que te quedas callado sin nada que decir, no esperes nada más chico. Porque nadie nunca será de nuevo como Darío. Porque ya no eres tú. Porque te hacía falta irte, y lo hiciste. |