Mirando por última vez a la mina de la minifalda a cuadros, con pocas ganas me bajé de la micro.
Ya me había pasado un par de estaciones pero afortunadamente en este barrio hay un buen cibercafé donde pude ir a revisar mi correo.
Recuerdo que casi me atropellan cuando iba cruzando la calle, es que esa mina me tiene loco, cada vez que voy al centro los martes por la mañana en algún tramo del recorrido fijo que nos cruzamos y la miro con insistencia hasta que ella me devuelve la mirada. Soy un baboso, lo sé. Tengo plenamente asumida mi condición. Hay días en que mi sexualidad fluye a flor de piel, circula por mis arterias como un torrente de anfetamina. ¿Y que le voy a hacer? Es mi naturaleza.
Recuerdo que apenas me había sentado en el asiento cuando oigo unos tacos golpeando los peldaños del la escalera que llevan al segundo piso del ciber.
No lo podía creer, era ella.
Pasó junto a mí meneando sus gloriosas caderas adornadas por la minifalda más roja y furiosamente sexy que haya visto. Se sentó un par de puestos más allá y pude ver que se sonrojaba cuando se cruzaron nuestras miradas.
En ese momento sentí cómo el hervor de la sangre invadía mi cabeza.
Lo que sucedió después no lo he conseguido recordar bien, no se si fue que ella se quejó de lo lenta de su conexión por lo que fui a verla, o si me llamó pidiendo ayuda. Mmm si, seguramente ella me llamó. El caso es que cuando me senté a su lado para intentar recargar la página que no le abría, su mano cogió la mía y la puso en su muslo. Estaba algo frío, pero muy suave. Solo entonces me di cuenta del aroma que parecía emanar de todo su cuerpo, una delicia de mujer, antes de poder decirle algo ya estábamos besándonos. Su boca calzaba sin esfuerzo con la mía, tenía sabor a helado de frambuesa. -Claro si eso era lo que estaba comiendo cuando subió- el beso terminó abruptamente pero su mirada decía claramente "lo quiero todo y ahora".
Lo siguiente no lo recuerdo con claridad, mi mente se debe haber bloqueado producto de la pasión del momento, lo único que recuerdo es la sirena de la policía y mis manos ensangrentadas soportando el frío metal de las esposas. Ignoro de qué se me acusa, si yo nunca le he hecho daño a nadie.
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Los martes eran días temidos. Cada vez que tomaba esa ruta para llegar a mi trabajo, un tipo se me cruzaba en mi camino, me seguía, y me miraba con cara desquiciada. No sé que pasaría por su mente pero sonreía con una extraña expresión indescifrable en su rostro.
Un día tuve que ir a un ciber que estaba por ahí para hacer una declaración de renta, entré a un local en un pasaje. El único equipo desocupado estaba en el segundo piso. Cuando subí pude descubrir con horror que el tipo estaba ahí. Traté de ocupar el puesto de al fondo sin llamar su atención, pero desgraciadamente el suelo que era de madera me delató con un crujido. Volteé para ver si se había dado cuenta y sí, ahí estaba con su horrible mirada penetrante.
Me senté en el puesto desocupado (sólo habían dos equipos en buen estado), y el que me toco andaba muy lento. Lo único que quería era terminar ese trámite rápido para irme de ahí. Estaba a punto de terminar cuando se me pega el navegador, debo haberme quejado en voz alta porque de inmediato el tipo se me acercó con la escusa de ayudarme, pero con la franca intención de toquetearme las piernas.
Le di una bofetada y se enfureció. Es difícil para mí relatar lo que sigue, creo que lo he ido borrando de mi memoria. Pero en pocas palabras me golpeó contra la mesa y me tomó por detrás con una furia desenfrenada, al poco tiempo llegó la policía seguramente algún oficial que pasaba cerca y fue alertado por el dueño del local.
Me llevaron de inmediato al hospital, durante el ataque no me había dado cuenta producto de la adrenalina, pero acabé una seria lesión en mi frente y un corte en mi cuello. De mi agresor no he vuelto a saber, creo que no le guardo rencor pero quisiera que nunca más lo dejen en libertad. |