El Accidente
Me desperté sobresaltado, el ruido había sido intenso, contuve la respiración tratando de escuchar cada sonido de la casa.
Esa noche me había acostado preocupado, las cosas no andaban bien, últimamente todas eran dificultades, parecía que el destino se había ensañado en hacerme pagar mis equivocaciones del pasado, un tiempo que no quería recordar pero que siempre volvía, a veces en pesadillas, otras veces parecía tan real que asustaba.
Primero escuche lo que me parecían pasos en la planta baja, el miedo me paralizó, el corazón me latía con tal fuerza que podía sentirlo al tocarme el pecho.
Nunca me gustó vivir solo, no se explicar el porqué, bueno talvez sean temores de la infancia o quizá el solo hecho de que me gusta compartir lo bueno y lo malo de la vida, el caso es que esa noche sentía más que nunca la soledad y en esas circunstancias lo que estaba pasando me resultaba espantoso.
Los pasos se hicieron más audibles en la escalera de madera que conduce a la planta alta, al fondo del pasillo está mi dormitorio, el haz de luz de una linterna se filtró en mi habitación, yo no podía moverme, hubiera querido correr pero las piernas no me respondían. Siempre había escuchado que en los momentos críticos nadie sabe como reaccionará hasta que se le presente ese momento, y ahí estaba yo, sin reacción, paralizado, indefenso ante una amenaza que aún no sabía en que consistía pero presentía nada bueno.
La luz sobre mis ojos y las primeras palabras del intruso pusieron claridad en mi mente, -mataste a mi hijo- fueron su palabras y todos los fantasmas del pasado acudieron a mi mente en tropel.
El accidente fue terrible, el coche patinó y nunca terminaba de frenar, la lluvia, el empedrado y ese llamado fueron una mala combinación, el impacto aún resuena en mi mente, los cristales rotos los gritos de dolor la sangre, ambulancias, policía, hospital, terapia y el dolor de saber que había matado a un adolescente que a gran velocidad se interpuso en mi camino. Los peritajes fueron concluyentes, no existía culpa de mi parte, conducía a la velocidad permitida, no había rastros de alcohol en mi organismo y el vehículo estaba en condiciones, nunca mencioné el llamado recibido en mi celular, la victima en cambio estaba alcoholizada y conducía a excesiva velocidad.
Se encendió la luz de la habitación y pude verlo, no había odio en su mirada, solo dolor, el profundo dolor de quien pierde lo que más ama, en ese instante sonó la alarma de mi celular y desperté, todo había sido un sueño, al instante comprendí que siempre viviría con la culpa de haber atendido aquel llamado, los segundos de distracción podrían haber evitado la muerte de ese chico.
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