Como adolescente en algún momento sentí la necesidad de emprender la marcha por diversos derroteros simultáneamente. Siendo uno de ellos, la música. Y supe que entre los misterios de esa edad, estaba la sincronía de actitudes que se conciben de forma individual, pero que afinan con todo un grupo. Así, que una noche de alborotos, decidimos hacer un combo.
Sin que lo supiéramos, algunos habíamos traído de fábrica la disposición de poder hacer sonar instrumentos percusivos y que seríamos para otros, con algún estudio musical, el complemento en la materialización de la idea. De inmediato, cocinas y terrazas funcionaron como salas de ensayos y por dulces y limonadas comenzamos a amenizar fiestitas caseras. Hasta que el primer Night Club nos abrió sus puertas, ofreciéndonos como pago lo recaudado mediante el ‘cover’. Luego, fue otro y después otro y otro más.
Hablé de sincronización con los caprichos de púberos y esa miel que es cohesión entre los jóvenes que comparten las páginas de un mismo calendario. Pero también se da el inexplicable rechazo que los disocia, aún sin que medie algún conflicto directo. Y eso fuí para Pedro Pablo. Jamás tuvimos una confrontación ni un desacuerdo sobre algo específico, tampoco compartimos el competitivo apetito por la misma cosa, porque nunca coversamos. Simplemente lo de él, era un repudio natural. Con una sucesión infalible entre mi presencia y su ausencia. Percibí que hasta el tono de mi voz le era ingrato.
Dije ya que con la agrupación musical, tocábamos por el derecho de admisión en ciertos clubes del pueblo. Razón que nos forzaba a que en cada ocasión, un miembro del grupo fuera portero cobrador y ese compromiso lo íbamos rotando, hasta que por fin un día llegó mi turno. Entonces, entendí que los que podían pagar, ya de algún modo trabajaban y los que eran más y de nuestra edad, no; pero igual querían bailar. Al punto de que era ineludible, interpretar y corresponder a sus deseos con un gesto de consentimiento.
Por eso, nunca olvidaré la última noche que estuve a cargo de ese control; vez que un grupo de compañeros sin dinero se coló en la fila frente al salón de fiestas para pagarme con un guiño de ojo al pasar. Y que una cabeza que se irguió por encima del hombro derecho del penúltimo, con la intención de ver quien filtraba las entradas, me permitió el inesperado encuentro con la aturdida y sorprendida mirada de Pedro Pablo.
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