El negro D´Alesandro asintió hacia el cielo en busca de complicidad, aunque ya había decidido formalizar su venganza.
Esa misma mañana, con mucha cautela, levantó el capot del auto del desgraciado agresor, sin reparos de los vecinos, bajo los rayos de un día radiante, su frente sudaba lágrimas de odio, entonces fue que metió en el lugar del aceite vidrios molidos, de una botella de wisky que previamente con inusitado placer bebió hasta la mitad más luego volcó sobre algunas fotos en común. Después, para completar la solapada acción, hizo que el damnificado lo llevase de paseo. Este individuo, resulta ser un conocido del barrio que sin permiso se metió en su destino, que de una manera poco sutil no para de agredirlo ni aun en las fiestas de pascuas, pero con claras intenciones de hacer su buen daño en su psiquis mental; un hombre perverso que acostumbra abusar hasta de su pequeña hija.
Promediando el viaje el motor comenzó hacer ruidos extraños, D´Alesandro feliz lo alentaba a no detener la marcha, como para de ser posible los rayones se hicieran surcos, diciendo que el pobre motor debe padecer de gastritis.
Cebado, pero por fin dueño del limbo, al día siguiente le hizo un pequeño boquete en la pared medianera que da al baldío, de donde le soltó una manada de ratas y escarabajos que previamente hubo cazado con significativa dedicación. Además de un atentado con bacterias por medio de un florero de aguas servidas con un olor a podrido tremendo, más orina de perro y gato.
Quiso encender la radio, pero encontró que las pilas estaban sulfatadas, para lo cual juntó un poco de ese material para dárselo a beber en la primera de cambio.
Pasado un tiempo, ahora se siente un macho de verdad, hasta la fecha ni su jefe del trabajo lo ha vuelto a molestar.
Duerme acostado con las manos detrás de la cabeza recogiendo con la imaginación los frutos de su obra maestra.
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