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Inicio / Cuenteros Locales / blitzkrieg / La oficina silente

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La oficina estaba tan espantosamente silenciosa que nadie podría pensar que allí se encontraban personas laborando, fantasmas si, pero personas no. Me daba la impresión de que era la primera vez que la notaba tan callada porque cuando entré al corredor principal casi podía escuchar el sonido del aire acondicionado saliendo por los conductos, bisbisando sonidos que de seguro hablaban de aburrimiento. Caminé hasta a mi cubículo con la aprensión inconsciente con la que se sale de una sala de cine después de ver una película de terror, imaginando que en cualquier momento me asaltaría un engendro. Los separadores de los cubículos eran lo suficientemente altos como para que no lograra ver a sus moradores, mis pisadas sobre la alfombra eran audibles, pero eso no parecía alterar el estado taciturno de la oficina. Por un momento dudé del día y la fecha, pensé que quizá no recordaba que aquel era un día no laborable, pero no, no estaba equivocado, mi reloj me confirmó que era doce de febrero, jueves, un día perfectamente laborable. Me senté frente la computadora y la luz indicadora de llamada entrante del teléfono capturó mi atención, y noté que tampoco había escuchado el habitual sonido del repique. Intenté tomar la bocina pero un brazo que me atravesó el pecho se me adelantó y contestó, o al menos eso pensé, porque tampoco escuché el saludo, voltee a mirar al intruso sin reparar aún que su cuerpo atravesaba parcialmente al mío y que ni siquiera había percibido mi presencia. Me levanté de la silla atravesando por completo al insolente quien ni siquiera se inmutó. Huí despavorido como quién ha visto un fantasma, en el pasillo me topé con una señorita que caminaba en dirección contraria y quién no parecía conturbarse con mi apresuramiento ni con el hecho de que estuviera próximo a arrollarla, ella seguía incólume, con su mirada atravesándome, como si no me viera; sucedió lo inevitable, por un microsegundo su cuerpo y el mío ocuparon el mismo lugar en el espacio tiempo y para mayor horror mío, no pareció importarle. Corrí aterrado en busca de la salida, nunca más volvería, la oficina había sido embrujada.

Texto agregado el 15-06-2004, y leído por 136 visitantes. (0 votos)


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