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El Segundo lucha por predominar, por indagar, por buscar una explicación a aquel recinto con pestilencia a cigarro y a perfume barato; siente que la presencia del Cuerpo en aquel bodrio luce como la de los cuerpos de los actores en las películas con malos efectos especiales, ajenos, sin proporciones lógicas dentro del plano. El Primero, en cambio, es el que predomina, no busca respuesta, la ofrece, en singular, una sola, suficiente para poner fin a todo; no le importa si el Cuerpo y el ambiente se corresponden puesto que ya no será relevante una vez que el Cuerpo decida obedecerle. Un cigarro chamuscando la piel reactiva el Segundo, desplazando momentáneamente, con la ayuda de un ardor punzante, el Primero. El Segundo se pregunta por qué estamos fumando, nunca hemos tenido el vicio, prueba de ello es que no sabemos sostener el cigarro y hemos terminado quemándonos; además, quién es esta mujer que ahora nos besa, nos abraza y nos dice que todo va estar bien, que por la tarifa correcta ella nos hará olvidar todo el asunto. La mujer amasa el Cuerpo, quiere controlarlo también – aunque sólo sea por motivos financieros y nada existenciales –, sus manos acarician lugares erógenos con la habilidad del operario que ha hecho el mismo trabajo durante toda su vida, mecánicamente precisa, sin sopesar ni un sólo movimiento. Pero el Cuerpo está bajo el dominio sensato del Segundo y el dominio nefasto del Primero, los cuales han sido exacerbados por las caricias de la mujer y han recrudecido la lucha entre ambos. El Primero golpea y desplaza al Segundo con la fuerza con que se golpea el balón en un tiro penal, insiste: es la mejor salida, es fácil, no dolerá, ni lo notaremos. El Segundo razona, sugiere: vámonos de este lugar, volvamos a casa, lejos de esta inmundicia, y a los brazos de la mujer que nos ama a pesar de… El Primero, contraataca con más fuerza, ¿estas seguro de que te ama? ¿Llamas a la infidelidad amor? ¿Revolcarse con tu madre en tu cama, es para ti una muestra de su cariño por tí? Olvídalo, sólo hay una salida, también tiene nombre de mujer, es italiana y tiene calibre 9mm, ve –le indica al Cuerpo-, búscala, sabes donde encontrarla, una fracción de segundo y la depresión habrá acabado para siempre. Con tales argumentos, el Primero logra el control total sobre el Cuerpo que abandona aquel lugar, sube al auto y conduce a toda velocidad por las calles, violando semáforos, destruyendo la caja con cada cambio rabioso y destemporizado con el embrague. El Primero se alimenta del hedor a rabia del Cuerpo y continua susurrando frases insidiosas, pareciera que saldrá triunfante –aunque suene contradictorio o a victoria pírrica, ya que al hacerse su voluntad también será destruido junto al Cuerpo-. Sin embargo un tercer actor interviene, el destino, quien cambia la luz del semáforo a rojo para que el carro de enfrente se detenga, como es natural; el Cuerpo instintivamente pisa los frenos pero el frenazo brusco y apresurado no es suficiente, la colisión es inevitable. El Primero se esfuma, se desvanece entre el chirrido de los cauchos y el estruendo del metal y el plástico que se desfiguran, mientras se funden uno en el otro. El desequilibrio de los neurotransmisores cerebrales que había dado aliento al Primero fué balanceado por la inundación de adrenalina, que como un rió crecido arrastró todo desperdicio químico consigo. El Segundo es quien domina ahora al Cuerpo, sin competencia, sin adversario, sin querella. Ya estas a salvo de tí mismo, le dice al Cuerpo, la italiana no tendrá tu compañía esta noche, y espero que ninguna otra noche.

Texto agregado el 15-06-2004, y leído por 156 visitantes. (0 votos)


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