Secuoya (Parte II)

Somnolencia y oscuridad no van juntas, al menos no en mi caso. Doy mil vueltas en la cama como intentando quedarme dormido por mareo o cansancio. Esa noche, en casa de Marisa no era la excepción. Un rayo de luz se coló por el resquicio de la puerta trayendo consigo sucesos que, más tarde, agudizarían mi insomnio. Distinguí una silueta amorfa pero definitivamente humana que se dirigía hacia a mí, y antes de poder reaccionar sentí una mano fría que acariciaba mi rostro mientras una voz temblorosa me instaba a dejarme llevar. ¿A dejarme llevar por qué? –Pensé- Una sensación perturbadora como aquella de cuando se reciben malas noticias me devolvió al estado total de vigilia, y me topé con una horrenda sonrisa triple equis que no era de Marisa. La risueña súcubo terrenal comenzó a manosearme mientras me decía cosas que en la boca de Marisa o de cualquier chica de mi edad sonarían muy atractivas y excitantes -a pesar de los términos botánicos-. Cada corpúsculo de mi piel experimentó horcadas de repulsión, mientras mis neuronas se desgastaban frenéticamente buscando una galante respuesta de rechazo para esta especie de deslucida Yocasta. Logrando vencer el entumecimiento del asombro y del enorme desagrado, logré balbucear: “Eres mi suegra, yo no podría hacerle eso a Marisa…”