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Inicio / Cuenteros Locales / sendero / LA CERVEZA, EL CAFÉ Y EL PALOMO

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Llegué antes que la luz eléctrica. Para transitar por calles y callejones había que cargar una lámpara de mano. En noches sin luna, lluviosas era imprescindible. Ricos y pobres estaban acostumbrados a tomar sus bebidas sin enfriar. El pueblo entero, sin distinción, en vez de agua tomaba café. Sí, niños, adultos, cuando tenían sed, ingerían café. El café era para ellos un alimento, un amuleto, una preferencia secular. Por eso Doña Licha siempre tenía café y, de allí que fuese habitual que al lado de la máquina de coser y los recuadros de parientes idos respirase a café recién tostado. Lo hacían ralo, es decir aguado, ponían en vez de azúcar refinada, panela o melaza, rajas de canela y la bebida tomaba un sabor distinto. Si lo consumían frío podría pasar por agua endulzada con sabor a canela y café.
El agua no la hervían, arriba del pueblo había veneros que brotaban de la montaña, ellos, hacían una especie de pileta, la protegían y los niños la acarreaban en tambores de cincuenta litros, que sujetaban de lado y lado del lomo del burro. Algunas señoras iban por ella, llevaban su cubeta y con la toalla, hacían una dona, se la ponían en la cabeza y sobre ella sentaban la cubeta. Nunca vi que derramaran una gota de agua, en un camino desparejo y en veces lodoso.

Ricos y pobres tomaban en vez de agua: café. En las fiestas, tanto el terrateniente como el vaquero, consumían la cerveza sin enfriar “altiempo”. Un día llegó la luz, y luego los enfriadores, pero ellos, pedían cerveza “altiempo.”

-La fría no es tan sabrosa como la caliente. -decían.

El pueblo era dado a la música: nacimiento y velorio se envuelve con el tambor y el violín. Los abuelos hacían sus fiestas bailando el huapango, que se ejecuta zapateando sobre un entarimado de madera. Tres músicos y tres instrumentos: violin, jarana y guitarra. Esto me lo contaron, sucedió en algun pueblo perdido en la montaña: la historia de un varon, que le llamaban "el Palomo".
EL PALOMO.
El cañón rugió. Tronó como en los tiempos de la revolución. Así era como Palomo anunciaba a las comunidades aledañas que habría fiesta: Una pareja de nativos se casaría el próximo domingo.
Siempre vestía de blanco con sus botines de charol. Paseaba por las tardes en la plaza del pueblo para descubrir a los enamorados.
— ¿Se quieren casar? —Preguntaba.
La mujer se tapaba la cara con el velo rosado que le servía de adorno. El novio se quedaba serio. Y luego un diálogo de miradas en silencio. El palomo sabía entonces que había un sí, todo era cuestión del tiempo. Ese domingo habría boda.
Él se encargaría de comprarles el ajuar, contratar a los músicos, colocar la tarima en el salón – una choza de palma en las afueras – y tener dispuesto el refino, el refresco y la cerveza.
La primera ronda era para brindar por los novios y corría a cuenta de él; las siguientes, de los comensales. Ese era su negocio.
Aquel domingo llegaría la caña transparente con su olor de azúcar vieja; transportada en tambores a lomo de mula, bajo la vigilancia del dueño del cañaveral.
La fiesta empezó al pardear la tarde y terminaría al amanecer rompiendo el tablón al golpe de los huaraches. Los músicos, como siempre, destrozándose el pulpejo de los dedos gracias a la anestesia de la caña.
La luz ámbar de los quinqués daba la sensación de tener pedazos de luna colgados sobre aquella rústica pista de baile. Jacinto – tumbador de caña – con reverencia alargó la mano hacia una joven morena. Ella lo observó discreta, movió la cabeza y luego distrajo la mirada hacia otro lado. Él fue a un lugar sombrío. Tragó un sorbo de caña que lo bajó con un buche de cerveza.
La mujer se estuvo quieta, movía los ojos como buscando algo, al rato aceptó bailar con otro. La falda amplia semejaba una mariposa danzando. Él, de lino blanco, con un pañuelo rojo al cuello, hacía tronar sus tacones contra la madera, como si disparara.
Jacinto, furioso, se interpuso, y sacando una hoz, arremetió contra él; con un gesto de dolor, el hombre abrazó su vientre. Las tripas, como pequeñas víboras brotaban de entre los brazos y las manos.
Al agresor en un santiamén lo desarmaron. El herido fue puesto a pocos metros del entarimado; los intestinos, libres de la pared, se acomodaron en la tierra. La sangre poco a poco dejó de correr. Los quejidos parecían el eco del violín.
Al victimario lo ataron a un gran poste que servía para sostener el cielo. Manos, brazos y muslos estaban sujetos por gruesos mecates; sólo podía mover las piernas y los pies, con los cuales taconeaba sobre las costillas de la madera. Los quejidos ya no se oían. Los músicos terminaron cuando el sol irrumpió y en el aire había olores de pan recién horneado. Otra música llegaba: El zumbido de las moscas.

Texto agregado el 09-12-2009, y leído por 446 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
13-12-2009 El lector se encuentra con frases, oraciones escuetas y precisas que le llevan por camino diáfano y llano a seguir el natural curso de las "cosas", cuando se encuentra inesperadamente con un drama de celo y sangre. Y lo más sorprendente es que, a pesar de la tragedia que se narra, la literatura empleada en mostrarnos el suceso, parece como insensible a los sentimientos implicados. Y ese determinismo frío de las letras que nada pueden hacer por contravertir la historia, sea para mí, sino lo mejor, sí lo que más me impresiona de este texto. azulada
11-12-2009 todo el relato me mantuvo interesada ,pero mas que eso disfrute de cada rincon .Tenes el arte de transportarme a esos sitios,un dis de estos me quedo en uno de trus relatos y no regreso mas.Me encantan esos sitios y su gente****** shosha
10-12-2009 Estupenda narración, atrapa, se lee con la necesidad de saber, es impecable!!!!******** nanajua
09-12-2009 Perfecta narración tramas interesantísimas , me encantó como siempre =D mis cariños dulce-quimera
09-12-2009 Lo leí sin interrupción desde el comienzo y a medida que avanzaba en la lectura, necesitaba conocer el final, inimaginable al principio.Como siempre una estupenda narración que mantienen vivo el interés con la sucesión de imágenes impactantes. Mis estrellas más brillantes que nunca, Ma.Rosa. almalen2005
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