Escapando por el tejado, salía con prisa aquel bandido de la casa elegida, habían pasado dos semanas desde la primera vez que entro y lo seguía haciendo frecuentemente, ya que esta casa tenia exactamente todo lo que el necesitaba, esa noche la paso solo, en su oscuro, frío y húmedo hogar, no se cambiaba por nadie, tenía el estomago tan lleno que se quedo dormido toda la noche.
Al siguiente día se despertó con mucha energía, con ansia esperaba la puesta del sol, para volver a entrar a esa casa y repetir la satisfactoria experiencia de la noche anterior.
Utilizando los mismos métodos, logro entrar de nuevo a la casa, el ambiente parecía tranquilo, y su cómplice era la oscuridad nocturna; la penumbra desplegaba misterio, y él lo sabía, su instinto sabía que no todo estaba tranquilo…
…Más tarde miro fijamente en los ojos de su enemigo, esos ojos reflejaba el miedo que él sentía y lograban aterrorizarlo. Ya se había enfrentado a gigantes, a muchos para su corta vida, pero este no tan gigante, sentía placer al verlo sufrir y lo arrinconaba cada vez más; ni su destreza, ni su capacidad para escapar por cualquier lugar, le fueron útiles al enfrentar este enemigo, parecía como si estuviera hecho exclusivamente para contrarrestarlo a él.
El latido de su corazón, se acelero al verse acorralado en una esquina frente a su enemigo, la luz de la luna le dejo ver su rostro, y en él, brillaron dos colmillos y una lengua que se saboreaba al verlo. En un ese instante lo golpeo con sus afiladas uñas hiriéndolo de muerte. El joven ratón sin fuerzas y negándose a morir a manos de este cruel gato, se dirigió a descansar para siempre en la tierna y acogedora justicia de una ratonera.
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