Noche de plenilunio en el mar.
Anús ha llegado temprano a esa cita de amor programada un año antes. Está feliz, un poco nerviosa y hasta asustada.
Mientras tanto contempla ese maravilloso espectáculo que la naturaleza le brinda, caminando por la orilla, siente el placer que le provocan las caricias del agua, en sus pies, al alcanzarla y jugar con ella. Sopla una leve brisa que la estremece. Una túnica transparente, es su atavío. Decide sentarse y acurrucada lo espera. Tal vez dormitando, tal vez ensimismada en la ensoñación, no repara que él, Alexis, ha llegado, una sonrisa amplia ilumina sus rostros y la felicidad de verse los envuelve. Trae como regalo un manojo de estrellas, pulseras de coral y un anillo de hipocampo, símbolo de mutua fidelidad.
Se abrazan, estrechándose con fuerza, con furia, y se aman pasionalmente como si, en ello, se les fuera la vida. Luego, exhaustos, de cara al cielo, juran encontrarse al siguiente año.
Descansan, y cuando la luna parece querer abandonar su sitial, se incorporan y, de modo lento, avanzan hacia el mar. Poco a poco, de la mano, se sumergen hasta desaparecer. La luz y la música de sus almas los acompaña, las mismas que los guían hasta su morada de cristal donde residen, inmortales como el amor que se tienen. Hay que esperar tan sólo un tiempo para que, corpóreos, también disfruten, aquí, de sus sentimientos. Dicen que cuando el sol despunta, una pulsera y un anillo son la prueba real de su paso por esta vida.
El sol, la lluvia,
en los campos de trigo.
Allá un arcoiris.
Para Susana (compromiso) sembradora de Amor y esperanzas y para Confusión una adorable persona que debe confiar y esperar |