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Con los años me he puesto niño, no porque mi piel mágicamente se desarrugue o el pelo recobre el color, me he vuelto niño en cosas más esenciales, por ejemplo, el juego. Hoy juego con mayor o idéntica convicción a que soy un ser especial, como si todos los años de vida, de frustración, de caer en cuenta de lo que uno es, no hubieran existido. Duermo como bebé, lo que probablemente puede deberse al alcohol, pero despierto como niño, encantado por un nuevo día, reanudar el juego que quedó a medias, o tal vez, inventar uno nuevo.
Conozco juegos que me permiten jugar solo, sin necesitar a otro, al menos en su presencia, juegos de palabras, buenas palabras, porque las malas no son aconsejables y hieren. Aprendo a distinguirlas para no ser sancionado, porque los niños no saben herir a propósito, y aprenden sólo para evitar el castigo.
Hoy, me siento más niño que nunca, con la excusa de que los niños no saben lo que hacen, sólo son y se dejan ser. Como decir “curado no vale”. Pero sé que hago trampa, que los niños no escriben sobre mundos tristes, a menos que se trate de niños vulnerados, cosa que no he sido. De hecho, los niños vulnerados no escriben, callan.
Soy un niño que fuma, demasiado para mi edad. Me piden que lo deje, sin regaños, como una caricia, pero a la vez, sabiendo que los niños no hacen caso, que son niños y los amas por instinto. Entre lo viejo que soy y lo que aspiro llegar a ser, fumo menos, respiro más, me detengo a contemplar, y la brisa de este sur querido me invade con su olor a madera. Pero niño en mis ojos y mi piel, ¿para qué son los volcanes sino para treparlos, y para qué los lagos sino para hundirse en ellos rescatando una piedra que brilla, o parece hacerlo? ¿Para qué son los parques y plazas sino para correr sobre el pasto, rodar y perseguir palomas? Contemplo en una banca del parque a un viejo de pelo cano, sentado como leño frente al lago y el volcán, registro mis bolsillos en busca de migas que arrojar a la paloma que lo mira inquieta. Una sola paloma espera y permanece frente a su banca. No es una paloma de tarjeta postal, no vuela y se le ve demasiado absorta, ojos nítidos y fijos en las manos del viejo, esperando un ligero movimiento que delate el para qué se llega a viejo sino es para alimentar palomas.
Y me entra una tristeza y un miedo de palomo que me hace buscar nuevamente entre mis ropas por algo de alimento, semillas. Sólo encuentro mi libreta de notas y un lápiz. Después de cuentos y poemas escribo esto, con letra y caligrafía clara, luego arranco el papel, lo mastico y mezclo con mi saliva. Tengo una pasta entre mis manos y comienzo de a poco, lentamente, a arrojar pedazos de letras, poemas, imágenes, sueños como si fueran migas de pan. La paloma, mi paloma o la paloma del viejo, camina hacia mi ofrenda con el acordeón de sus plumas, devora uno a uno mis mejores textos, yo me río cuando intento decirle que comience por equis cuento, y que no sea muy crítica con tal otro, que sólo era un ejercicio.
Pero ya es tarde, toda mi creación ya es parte de ella, y picotea el cemento en busca de algún poema que huela a ella, que tenga su sabor, su cadencia o el sonido de sus alas antes de posarse. Ya sabe que en los poemas estoy yo, que los cuentos son sólo palabras e inevitablemente demanda mi atención. Así son las palomas después de la genialidad de Picasso. Se creen que traen la paz, pero en mi caso traen el desconcierto, el no saber cómo.
Será por viejo, por escritor o por niño, que no le puedo hablar a una paloma como el Zorro ante el Principito. Obviamente, la paloma con su avidez de papel y cuentos, sabe de memoria cada pasaje del Principito. No soy capaz de decirle, ¡domestícame! Porque entre ambos la bestia soy yo.
Los niños y los borrachos dicen la verdad. ¿Es por borracho o por niño que mis mujeres creen en mí? Y si uso el plural, aclaro, es en largo tiempo. Las únicas mujeres en plural son mis hijas, y… bueno, las que deseo, pero de ellas ignoro nombres y señas.
Ya no me quedan textos, ni frases triunfantes, y mi Paloma sigue ahí, esperando, escribo presuroso y arrojo letras inconclusas, como besos al pasar, piquitos de paloma para que me mire con otros ojos, mientras me desvelo. No me gusta la pena, menos en los ojos de una paloma.
Ahora entiendo, yo como en un cuento fui dejando rastros, migajas para que la palomita me mire, como ahora. Ya no me queda nada que decir, temo que se vaya y me deje solo en la banca, con las manos llenas de letras como migas para arrojarle.

Texto agregado el 08-12-2009, y leído por 387 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
15-12-2009 Me gustó la honestidad de este texto… sl2d 1geisha
09-12-2009 Con los años nos vamos volviendo niños y con ellos el disfrutar de la vida, eso es vivir, es ver lo que nos rodea, palpar el entorno y vivirlo. Las aves y los animales son seres maravillosos, dulces y humildes. Tu escrito me llenó de ternura, tu parte niño te desnuda, así eres de verdad. Escribir bien es transmitir. Mis ***** amanda. purosentimiento
09-12-2009 Y yo estaba viendo la "paloma", y entonces; cagó, me desvié de la cagada; y entonces cayó encima de la primera casilla de votar y marcó una estrellita. esferografica
09-12-2009 Excelente, sobre todo si viene de alguien que dice que le aburre la poesía, porque has puesto mucho de ella en este texto. Realmente me encantó. Mis***** Beticita
09-12-2009 un ni#o con un corazón enorme... un ni#o al que de seguro la paloma no abandonará... donde más encontrará uno como tu??? esquizofrenica
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