Llamados los unos a los otros, para convertirnos, para serenarnos en los parques y quizá encontrar la respuesta. Identidades únicas, que soportan cada detalle y beben. Y están cruelmente bien, y serán felices porque el cuento así lo ha pronosticado.

Y lo hemos robado, pero no se dice robado, se dice, lo hemos adquirido magistralmente. Mandrake. Como todos los tesoros universales. Conspiramos por un trago fuerte, amargo y somnoliento. La casita de las delicias es la calle. Y allí se puede hablar en voz alta, con las alucinaciones que se temen en la soledad, con los ojos puestos al cielo y lograr rodar por el pavimento.








Ya te he estudiado, como la literatura pagana, cómo la filosofía intrascendental, así como hallé el truco para mi problema matemático, de esa forma te he transformado. Ahora estas en mi lista negra. Y solamente leo las instrucciones.


Pero estos métodos son cómo carne molida para tiburones, porque por encima de la caza están los ardores lumbares con las armas mal afiladas. El dardo mal apuntado y la sangre condensada. Están los espasmos que no matan, que no sacuden a los demonios, que jamás conseguirán ser curados.

Así se hace un cazador, se juega a la ruleta de la pistola, matando a mil vietnamitas con NAPALM con eso llegará la gloria. Porque hoy puedo comerme mil pescados chinos y un batido de esencias humanistas y una gota del elixir de la vida, y seguiremos pensando en la muerte de la presa.



Cuando empieces a saborear la travesía se entonará el himno de la conspiración. Y levantarán las armas vociferando auxilio. Alabando la franqueza de los que luchan. Y se tenderán los cadáveres. Y nos quebrantaremos. Quedaremos impíos.


En esta ocasión, padrinos de la esperanza observamos que la franqueza no es suficiente, que el trago nunca será suficiente, que la muerte siempre nos rondará como una certeza. De esa misma manera lo que hoy hemos amado mañana será botado. Apuñalado.