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El destartalado Lada año ochenta y ocho dobla por Bombero Núñez empinándose en dirección al cerro. Sus inesperados movimientos al esquivar hoyos y demases meció de un lado al otro a Ernesto Ruiz; este de inmediato se acomodo en su asiento y ordeno su ajada gabardina.
__¡Estos cabros de hoy si que saben divertirse! Comento igual de inesperado el hasta entonces mudo taxista.
__Medios raros eso si los cabros. ¿No le parece? Prosiguió con un dejo de ironía mientras miraba a un grupo de jóvenes delgados que bailaban fuera de las discos gay que poblaban el emergente barrio rojo tirado a rosado del nuevo Bellavista.
__A si es pues caballero, cada uno en lo suyo ¿No le parece? Contesto medio en serio Ernesto.
__Aquí en la esquina por favor.
__Lo que usted diga mi caballero.
__¿Cuánto le debo?
__Dos luquitas no más
__Que tenga buenas noches. Alcanzo a decir el conductor antes de acelerar y perderse dentro de las faldas precoses del San Cristóbal.
De pie frente a La Boheme, un escondido restorante francés, que atiende hace más de dos años. Ernesto Ruiz disfrutaba de la tibia noche de noviembre, con un Viceroy en la mano y los ojos clavados un poco más allá de las estrellas. De pronto su cósmico viaje fue interrumpido por un motor que se detuvo frente a el, sacándolo de sus cavilaciones.
Era el ex mudo taxista, que bajaba la ventanilla asomando su insipiente calvicie.
__Que bueno que lo encuentro. ¿Es suya esta libreta? La encontré en el asiento trasero.
Ernesto revisó sus bolsillos mientras se acercaba al vehículo.
__Si, es mía no me di cuenta...
__No se preocupe, es habitual que a los pasajeros se le olviden cosas. Imagínese que hasta niños me han dejado en el Lada. Después de eso tengo la costumbre de revisar.
__Se lo agradezco, hay pocos como usted.
__No me agradezca tanto oiga, y... ¿Le puedo hacer una preguntita?
__ Si claro.
__¿Es usted detective o algo parecido? Mire que con la gabardina y la libreta...
__ Intento serlo. Caballero.
__ Lo sabia, rara vez me equivoco, no ve que yo también tengo habilidades, me lo han dicho en varias oportunidades, además que soy un gran observador. ¿O como cree que descubrí que usted lo era? ¿Por mera casualidad? Ya pues no le quito más tiempo, que tenga buenas noches. Se despidió el viejo taxista y aceleró raudo hacia las polleras del cerro.

Al entrar a La Boheme el rechinar de las puertas lo delató de inmediato, en ese instante una pecosa y graciosa garzona sale a su encuentro recibiéndolo con cortesía.
__Hola, buenas noches ¿Desea una mesa?
__Heee, no gracias, espero a una persona. Prefiero la barra. Contesto el detective soltándose la corbata café a lunares negros que lleva puesta hace más de dos años.
Tras acomodarse en el último taburete de la inmensa barra Ernesto Ruiz ordeno un ron con Coca cola y encendió un Viceroy. El serio barman se movió con ligeres y tras un arqueo de cejas puso frente a sus narices el destilado añejo que esperaba.
Gente de mediana edad, vestida a la moda, con aires de intelectuales sesudos, Dj sonámbulos o universitarios barbones conversaban animadamente en las mesas, mientras disfrutaban de tablas de mariscos y carnes cocidas con vino de una lejana Francia que se levantaba en un rincón de Bellavista.
Ernesto se encontraba allí después de recibir el llamado de Sofía, antigua amiga de universidad, su voz le parecía excitada y algo nerviosa.
“Es muy importante, me tienes que ayudar en esto”. Fueron sus últimas palabras antes de cortar. ¿A que se debía tanto misterio? ¿Acaso estaba metida en otro lío? La última vez que la vio fue en el paseo al cajón del Maipo. En esa ocasión le confeso lo de adicción, mostrándole sus brazos pinchados y las venas todavía alborotadas de la última noche de carrete en la “OZ”.
Le habló de la plata que le adeudaba al Diller esquizofrénico, el cual la proveía de heroína y demases cócteles alucinógenos.
“No aguanto más, siento que he tocado fondo. Mi vida vale callampa Ernesto, ayúdame huevon por fa”.
Tres meses internada, desintoxicación yoga y miles de otras huevadas que la dejaron como nueva, después de eso no supo más, hasta hoy cuando lo llamó y le indico el lugar de reunión.
“A las diez en La Boheme”.

Palabras francesas brotaban por todo el lugar, el destilado desaparecía rápido mientras, colgado al centro de la barra, un diablo verde insidioso lo dominaba todo sin pestañar.
El reloj marca veinte para las once y Ernesto Ruiz con el vaso vació busca algo. Pero al serio barman no lo ve, se ajusta sus dioptrías y enciende un Viceroy. Frente a él la pecosa garzona trata de explicar un plato a dos gringos con mochila que la observan compungidos. Inquieto, con el cigarrillo colgándole de una comisura Ernesto mira para todos lados, el diablo verde no le quita los ojos de encima y de Sofía ni hablar. En eso, desde un grupo de franceses que discutían sale un joven de lentes y crespo hasta decir basta. Se le acerca al detective y lo saluda.
__¡Hola, todo bien!
__Sí, todo bien gracias.
__¿Otro ron? Pregunta adivinando el pesar de Ernesto Ruiz.
Se da la vuelta y entra a la barra, coge del estante una botella de Habana, un baso largo, tres hielos y una rodaja de limón. Vierte el destilado (generoso el hombre) y se agacha en busca de la Coca cola. Se detiene un instante y piensa, busca en el refrigerador y bajo la barra. No hay caso... Se rasca la cabeza y sube sui anteojos. En eso, el serio barman llega cargado con dos cajas de bebida y un par de bolsas de hielo. Al verlo coge un paño, limpia una botella y la destapa.
__¡Acá esta! Le dice a Ernesto, agotado.
__Gracias. Responde este con los ojos clavados en su Habana.

El local esta lleno, la pecosa garzona se mueve con soltura, de un lado a otro sin parar. Los vasos se llenan, las botellas se vacían, los platos se raspan, y el chocolate tibio chorrea por la cocina. Un joven chef se asoma, cruje la puerta y se vuelve a esconder. Luego entra un cliente y las puertas vuelven a sonar. Son claves piensa Ernesto, a cada rechinar se activan las alarmas y el sistema funciona, no hay timbres, no hay campanas, solo el rechinar despiertan los sentidos. “Notable” Piensa el detective mientras sorbe con soltura el destilado a medio llenar.
Ernesto Ruiz comienza a inquietarse, Sofía tarda demasiado. Tal vez haya escuchado mal, tal vez este no sea el lugar, tal vez le ocurrió... Habla despacio mientras se suelta aún más la corbata a lunares.
Ahora conversa con Francoise, el dueño del lugar, el mismo que hace un rato le sirvió un ron. Éste animado le responde al detective que lleva casi tres años en Chile. Recién casado con Chilena. Cinthia. La chica que llego hace un rato y que ahora maneja la caja. También le contó que es socio o algo parecido de Fabien, el flaco de barbita, francés también, que llego junto a Cinthia. “Para ayudar, si no todo esto colapsa”. Agrego manos en jarra, mirando a los comensales que repletan mesas y pasillos de La Boheme.
...”Welcome to Tijuana, tequila sexo marihuana.... Y la fiesta explota, los parlantes hierven la cerveza se agota y la gente comienza a bailar. No cabe nadie más, en todas partes fluye el ritmo sosegado de Manú y sus secuaces. Ernesto va por el tercer ron (cada vez más generoso) ahora de espaldas a la barra observa el espectáculo de caderas sandungueras y cabellos arrebolados que se mueven con frenesí. La gente aprieta con furia los pilares a medio terminar que soportan la estructura. “Esto se nos viene abajo en cualquier minuto” Exclama el detective, al ver al público convertidos en una sola masa compacta que se mueve de un lado a otro, de arriba hacia abajo una y otra vez...
Como buen observador que es Ernesto busca un mejor sitio en donde poder mirar. Con el vaso en la mano enciende un Viceroy y escucha la puerta crujir. Apaga el fuego y mira por sobre las cabezas. Era el calvo taxista, que entra sigiloso a si como buscando a alguien. Se empina y salta por entre los cuerpos en movimientos que repletan el pasillo, como puede se abre camino zigzagueando en busca de espacio, hasta que logra llegar junto al detective
__¡Don Ernesto! Exclama sudando la gota gorda.
__¡Usted! ¿Qué hace aquí?
__Don Ernesto le tengo un mensaje de Sofía
__¡Sofía! ¿Qué pasa con Sofía?
__Tranquilo.- Nosotros también prestamos servicio de mensajería, y como yo lo traje a usted, me mandaron a mí
__¿Pero que paso con Sofía?
__Nada, nada grave don Ernesto. La señorita dice que la espere, me parece que no puede entrar. Hay alguien aquí que la vigila.
Al decir esto el detective se empina y recorre uno a uno los rostros de los sandungueros que bailan en la pista. No ve a nadie sospechoso, mira a las mesas y estas vacías se encuentran, al parecer todos bailan; menos una. Cuatro hombres con chaqueta de cuero beben en silencio, callados bajan la botella de vino que al centro de la mesa puesta está.
Ernesto instintivamente se revisa a un costado bajo el brazo en busca de su treinta y ocho especial, le saca el seguro y acaricia la empuñadura de hueso y mármol. En eso alguien le toca el hombro, el detective da un salto y se echa hacia atrás.
__¿Todo bien? Pregunta Fabián, el otro francés
__Si todo bien, es que me asustaste, estaba pensando en otra cosa.
__¿Otro ron? Pregunta el de barbita mirando el vaso que sostiene como por inercia el detective.
__No gracias, estoy justo en la cuota. Pero te acepto una Coca cola.
__OOKeeyy... Responde Fabián y entra a la barra bailando la música electrónica de “José Padilla”.

__ ¿Y que más me cuenta? Disculpe pero ¿Cuál es su nombre? Pregunta Ernesto al calvo taxista acercándose muy cerca de el.
__Aníbal, Aníbal Gutiérrez señor.
__¿Qué mas me dice entonces don Aníbal?
____Bueno, también me dice que los hombres estos lo conocen a usted y que tenga cuidado.
__¡Pero quien chucha son! Exclama el detective alzando la voz y golpeando con su puño el mesón.
__¡Dillers! Interrumpe desde atrás de la barra Fabián.
__ ¿Usted los conoce? Pregunta Ernesto volteando y acomodándose sus dioptrías.

__A uno. El de pelo largo. Ese, ese esta medio loco. Lo conocí en una fiesta en Valparaíso. Esa noche se peleo así, full, con varios tipos, claro está, después de abastecer por completo la fiesta. Luego encontraron a los hombres estos tirados en la playa con dos balazos en la cabeza. ¡Uf! Heavy.
__¿Y son clientes de aquí?
__No, es la primera vez que los veo en La Boheme.
Ernesto Ruiz siente su cuerpo rígido, como intuyendo el peligro, se ajusta la corbata, y enciende un Viceroy.
Nuestro detective sabe que está en desventaja, ellos son cuatro y más sobrios. A su lado solo cuenta con don Aníbal. “¿Y hasta que punto puedo confiar en el?” Pensaba y pensaba, mientras inhalaba el último suspiro de su Viceroy.
En ese instante suena su teléfono a un costado en el bolsillo de su gabardina. El detective saltó y se echa hacia atrás. Por un momento recordó su treinta y ocho sin seguro. Se lo lleva al oído y espera el hablar.
__¿Ernesto?
__Sí, con el.
__Ernesto soy yo, Sofía
__¡Sofía! ¿Dónde estas?
__Aquí afuera, voy para allá.
__¡No, Para!...
__Estoy chata huevon, llevo dos horas escondida, creo que es tiempo que me enfrente con este huevon
__¡No! Sofía, escucha un poco. ¡Sofía!
Con la mirada fija en los hombres, el detective se guarda el teléfono, mientras ve que el tipo de pelo largo contesta una llamada que lo hace ponerse de pie. Imitando a este, los tres hombres lo siguen en su acción
__Don Aníbal, escuche. Hay problemas, y quisiera saber si puedo confiar en usted.
__Claro que si pues don Ernesto. Y recuerde que yo también tengo habilidades.
__Claro que si. Ok. Escuche. Camine hacia la puerta, tranquilo, salga y encienda el motor, luego espere ahí, en cuanto me vea, usted atento a pisar a fondo el pedal.
__Muy bien, y no se preocupe. Ya vera que tengo pasta para esto.
Ernesto en un movimiento rápido se acerca a la caja y le dice a Cinthia que los tipos de la mesa se van sin pagar. Ella mira las comandas que están pegadas en la pared y llama a Alejandara, la pecosa garzona que pululaba entre las mesas. Cinthia sale disparada de atrás de la barra seguida por la Ale. Las dos se acercan a ellos a sí como arremangándose alguna manga imaginaria.
En ese instante el detective desenfunda su treinta y ocho especial y la guarda en el bolsillo de su gabardina. Mientras, los tipos de chaquetas se escabullen ágiles por entre la muchedumbre, raudos hacia la puerta, cuando están próximos chocan brutalmente con los cuerpos rígidos de las dos mujeres que los encaran amenazantes y salvajes. Todo esto lo aprovecha Ernesto y corre agachado por entre la gente apretando con furia su arma y el Viceroy apagado que luego fumara. Llega a la salida y empuja las puertas chillonas que lo vuelven a delatar. Los hombres desenfundan y comienza el tronar.
Las balas pasan silbando muy cerca, el detective se agacha, da unos pasos y se lanza al suelo con las manos en la cabeza y los ojos cerrados, pudiendo escuchar solo el sonido de las balas chocar contra las puertas, que vuelven a cerrarse esta vez salvando al detective.
De un salto se incorpora y sale furioso a la noche tibia salvadora, cuando se encuentra con Sofía que corría presurosa al encuentro.
__¡Ven, entra al auto!__¿Qué pasa Ernesto?
__¡Sube, sube al auto te digo!
Cierran las puertas y el sonido de las balas chocando contra el metal, los tumba al suelo del Lada
__¡Acelera viejo, acelera! Grita Ernesto mientras cubre a Sofía con su gabardina de los miles de trozos de vidrio que caen como lluvia sobres sus cabezas
El pie del taxista pisa fondo y salen disparados hacia el río. Al oír el cesé de balazos Ernesto se levanta y mira por el hueco que ahora es la ventana. Y vio a los hombres subirse a un mercedes negro y comenzar la persecución.
____¡Aníbal, nos siguen!
__SI, ya los vi.
__¡Piérdelos!
__¡Eso intento!
El Lada dobla por Dardignac, volando hacia Patronato.
__¿Qué haces hombre? ¡A la costanera, a la costanera! Aullaba el detective
mientras miraba hacia atrás por la ventana.
__No pues, en la costanera nos alcanzan altiro, no ve que es un mercedes, en cambio en las calles chicas. Ahí si que no, no ve que me las conozco de memoria. Decía el semi calvo taxista mientras doblaba una y otra vez por estas callecitas y pasajes nuevos para nuestro detective.
__¡No los veo don Aníbal! Los perdimos.
__No ve pues, que le dije yo.
__Grande don Aníbal, ¡uf! Estuvo cerca. Oiga ¿Dónde estamos?
__Heee... A dos cuadras de La Boheme
__¡Ah! ¿Cerca de La Boheme?
__SI.
__Déjenos aquí.
__¿Aquí?
__Sí déjanos aquí, es mejor, acá nunca nos buscaran.
Ernesto cerro fuerte la puerta del Lada y le golpeo el techo.
__Gracias amigo, nos salvó la vida. No se como puedo agradecérselo. Yo lo busco.
__Don Ernesto espere, mejor juntémonos. ¿Qué le parece?
__Heee... bueno amigo. El viernes, a las diez, en La Boheme.
El detective tomó de la mano a Sofía y se perdieron bajo la noche tibia del nuevo Bellavista.
El Diller esquizofrénico fue detenido junto a su pandilla y llevados a la cárcel, donde hasta el día de hoy pertenecen.
Tal vez podamos decir que la llegada de Ernesto Ruiz al grupo de amigos de La Boheme no fue de las más ortodoxas, pero se gano la simpatía de los demás personajes de la cofradía, debido tal vez a lo extraño y diferente que era al resto. Bueno, igual que todos, no mas. Habiendo actores, diseñadores, músicos, programadores de sistema, chef, enólogos, contadores, masters en finanzas, historiadores, masajistas, Djs, altruistas, cinéfilos, sadomasoquistas y un sin fin de almas revoloteando por las mesas y hornos de La Boheme.
Y fue entonces que nuestro amigo pasó a ser en el sueño eterno de La Boheme: Ernesto Ruiz, investigador privado, detective de corazón.
Esta historia continuara...
...Bon Apetit. JP

Texto agregado el 08-12-2009, y leído por 120 visitantes. (0 votos)


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