Me gusta la navidad. No entiendo cómo unos padres pueden querer que sus hijos estén distantes, que sus hijos no compartan sus alegrías, que sus nietos no puedan disfrutar de la ternura de los abuelos. No lo entiendo a pesar de ser lo que me ha tocado vivir. Así que no he tenido más remedio que reinventar el sentido de mi navidad. Y da resultado. Lo paso con mi marido, mi hijo y su novia, con amigos… en casa, por la calle, en un centro comercial escuchando villancicos y empapándome de ese no sé qué que tiene la navidad. Lo normal. Pero también siento nostalgia, rabia, pena y desgracia por no poder compartir todo esto con aquellos que se empeñan en ser víctimas de sus miserias y de sus lamentaciones. Y eso produce tristeza, una tristeza que deja huella en mi alma. Y mi alma sufre, perdona y pasa la navidad…