El vestido estaba limpio y olía a esos aromatizantes de flores que le echan a la ropa cuando se lava. La decisión de los zapatos estaba titilando entre unos altos color nacarado que me hacían lucir más alta o unas sandalias tipo griego que descansaban más el pie. No quisiera entrar tanto en superfluos detalles de forma para contar cómo sucedió aquel encuentro al abismo y túnel de la muerte, pero se me hace necesario esta pequeña descripción que quizás más adelante sirva para explicar la sorpresa e incertidumbre de la ruleta rusa que en un momento te coloca frente a una decisión de belleza y vanidad, momento posterior en una caída a un abismo que parecía no tener más fondo que no volver a despertar.
El pulso lo tenía acelerado, el monitor no dejaba de pitar y el enfermero de turno me pedía que me calmara. Su rostro cada vez más se desfiguraba en mi memoria, ahora no lo recuerdo del todo simplemente permanece una imagen del color blanco de la habitación donde me encontraba y el insistente ruido del monitor. Mi boca estaba seca, había vomitado en la casa antes de salir al hospital. Algo en mi cuerpo gritaba que tenía que salvarme, la sensación de muerte siempre estaba ahí, me acompañaba desde que salí de la casa de mi amigo Juan Carlos. La muerte me acompaño en el taxi a mi casa, la muerte se paseo en sombras mientras yo pasaba de mi cama al baño contiguo vomitando siempre, la muerte me gritaba que quería llevarme y yo cada vez me sentía mas débil y asustada.
En aquellos momentos el vestido y los zapatos eran lo menos importante, tuve que ponerme unas sandalias que no combinaban con el vestido y salir con los pies vomitados directo para urgencias en la clínica, la muerte no esperaba. A mi lado El Salvador me tomaba de las manos y se aferraba a mí, por pequeños instantes su aliento me tranquilizaba pero al siguiente momento la sensación cambiaba y me encontraba mirando la pantalla del señor conductor del taxi que anunciaba la velocidad y que de paso me recordaba lo débil que estaba. Las señales me daban vueltas, recuerdo una oscuridad profunda y círculos de colores dando vueltas alrededor.
- Que le sucede – me preguntaba el residente de urgencias.
- Me siento mal – ahora que lo pienso esa respuesta no dice mucho de mi estado más en ese momento no podía dar una descripción detallada de lo que probablemente me había pasado.
Alguna vez leía a Dostoyevski y decía que la culpa se manifiesta en los momentos en que no somos consecuentes con nuestra esencia natural. Mi cuerpo merecía estar enfermo y llamar la muerte, tenía que haberlo vivido y experimentado. Llevo un proyecto de persona en mi cuerpo y cuando me entere de que estaba embarazada me sentí molesta. ¿Por qué a mí? Si yo estaba planificando con el dispositivo intrauterino, si tengo otras perspectivas en la vida para desarrollar y un hijo las podría frustrar. ¿Por qué a mí? Si tanto critique el hecho de traer bebes a este mundo sin un plan asegurado, donde tú le puedas ofrecer las mínimas comodidades. Te rechace desde el principio y quise de alguna forma acabar con este improvisto. Intente abortar dos veces con pastillas cytotec, pero tu amor fue tan grande que supero la llamada de la muerte, te pienso luchando y aferrándote a vivir, te pienso como yo sentir la sombra oscura de tan despreciable visita.
Al quirófano de sala de partos me trasladaron, recuerdo perfectamente una luz muy brillante que me sofocaba los ojos y fielmente la imagen de las cinco o cuatro mujeres por quienes fui atendida. Los rostros se hacían grandes cuando se acercaban a mí, me decían cosas pero yo pronto iba perdiendo la razón. – Paro cardiaco – escuche una voz limpia y roja. El impulso de esa voz me obligo casi inmediatamente a abrir los ojos de par en par y tomar mi corazón con la mano, la mujer seguía hablándome y mi pulso se iba calmado. Sus ojos azules reflejaban tanta paz, ya los colores cambiaban en mi vista, el blanco de la habitación se hacía más fuerte, y esos ojos me daban más fuerza. Ya toque mi barriga, ya le dije a ese ser que lo reconocía, que estaba con él. Ya pronto fui descansando el cuerpo y en medio del desvelo recobrando los sentidos.
La primera sensación que recuerdo fue la culpa, esa de la que hablaba Dostovesvki, esa que remuerde la conciencia e invita a la reflexión, mi primer pensamiento fue que era algo que merecía por haber atentado contra lo que llevo adentro, contra el AMOR. Justifique a la muerte como la justificiera que ofrecía el mismo detalle que yo había tenido: tomar la vida como si tuviera potestad de decidir. Tú puedes tener la guía de tu camino más no el completo control, la naturaleza es perfecta y hay que dejar que el ciclo natural de la vida nos lleve a la siguiente estación. Y así mi siguiente estación fue de calma, no dejaba de sentirme del todo mal, sin embargo la muerte ya no rondaba por ahí y la segunda imagen: Mi Salvador haría de hacerme levantar y de creer que la vida es larga y que aún me queda recorrido para amarla.
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