ARS SINTÓNICA
(ISBN 968-5544-53-5 Publicado en 2007)
“¡Luego yo soy un recuerdo de ese hombre y
si ese hombre me olvida moriré!...”
Salvador Elizondo, en La historia según Pao Cheng.
Cuando Gilberto Lepe —mi amigo, que es músico de profesión— escuchaba una tonadilla de moda, generalmente se detenía unos instantes a imaginar la partitura, y luego de lo que parecía un breve reconocimiento, asentía y declaraba: “Ésa a mí se me ocurrió primero”, después daba detalles de la fecha y la situación en que tuvo origen la epifanía. Ejemplo: La vez que lo invité a comer mariscos y escuchó en la rockola las notas de “Tiburón, tiburón”, hizo primero un gesto como de quien quiere estornudar, luego dijo: “Ésa: Esa se me ocurrió una tarde en que pasaba junto a una marimba en Veracruz, y mira…la tonada es igualita a como yo la imaginé…” De poco o nada hubiera servido explicarle que Mike Laure tuvo la misma ocurrencia algunos años atrás. En fin, esa es la manía de Gilberto, y mi deber como amigo es darle cuerda y poner cara de asombro lo mismo cuando se adjudica alguna composición, como cuando me confiesa que no ha escrito nada nuevo en meses. Lo curioso en que de un tiempo para acá, he tenido experiencias análogas a las de mi amigo. La primera me sucedió en la presentación del libro de cuentos de Sir Hilo Black, a donde asistimos Gilberto y yo, movidos más por el morbo que por un interés genuino en la producción literaria de este paisano que piensa que el recién recibido título de Sir, le otorga autoridad para publicar cualquier cosa… En fin… Decía sobre esa primera vez: Ya habíamos tomado lugar en la primera fila, cuando reconocí una de mis historias en la lectura del Sir. Se trataba del cuento en donde una mujer confiesa haber cocinado a su marido. “Ese cuento yo lo escribí primero” le dije quedamente a Gilberto. “Ajá”, me contestó él con su habitual laconismo; no me hizo gran caso, sin embargo, lo que yo decía era cierto. Después, en la lectura del cuento del hombre que muere tres veces, volví a comentar con Gilberto luego de un ligero codazo: “Y ése, ¿te acuerdas?, lo leí la otra vez…¿Si te acuerdas no?” Gilberto volteó extrañado y me dijo: “Ajá; si me acuerdo”. Yo comencé a sentir tal exasperación, que literalmente me puse a temblar envuelto en una rara sensación de sorpresa y desconcierto.
—¿Te das cuenta? — le dije a mi amigo.
—Ajá…— respondió al tiempo que masticaba ruidosamente un puñito de cacahuates garapiñados— ¿De qué?
—¡De que me están robando las historias! — le dije desesperado. Él arrugó el rostro y se rascó la cabeza.
—No te apures hombre, estas cosas pasan…
Yo le mostré la mueca de indignación más exagerada que encontré en mi repertorio muequil.
—¡Pero esas historias son mías! — Grité. Noté entonces que algún sector del auditorio estaba molesto con mi berrinche, al grado que Sir Hilo Black detuvo su lectura y me lanzó un mohín despreciativo, al tiempo que decía en un tono algo pedante: “Disculpe, señor…¿Puedo continuar con la lectura, o todavía le queda mucho tiempo a su epilepsia?” Yo no supe que contesté, sólo recuerdo que manoteaba sin parar, contrariado por la tranquilidad de Gilberto, quien me sacó del lugar con las maneras de quien lidia con un histérico. En el pasillo me ofreció un vaso de agua fría, en tanto me explicaba:
—Mira: Como te digo, esto suele suceder — luego puso su cara de estornudo, atento a una pieza que interpretaba un cuarteto de cuerdas en la sala de enfrente. — ¡Ah! — exclamó saboreando las notas— Ésa se me ocurrió hace dos veranos, mientras viajaba en el tren, en Praga— agregó. Por supuesto, no le aclaré que la pieza era de Vivaldi, ni quise herirlo recordando que YO SÉ que él jamás ha salido del país en su vida.
—Es cuestión de acostumbrarse— me dijo y me dio una palmadita — Mira; las historias no le pertenecen a nadie, y en el fondo no interesa si se te ocurrieron a ti o a cualquier otro… Yo también padecí ese sentimiento difuso que te atormenta cada que descubres una historia tuya firmada por alguien más… ¡En serio!...A mí también me acomplejaba ese fenómeno… Y bueno, no sé si lo leí en algún libro o si alguien me lo dijo, lo cierto es que tengo la teoría de que las ideas musicales, así como las literarias, son como vibraciones emanadas por el inconsciente colectivo. Estas vibraciones vagan erráticas en el éter y ¡Claro!, de pronto, algún sujeto sensible (generalmente un artista) las decodifica y las exterioriza, las plasma eligiendo algún lenguaje próximo a su cultura y situación… pudiendo ser éste la pintura, la escultura, la música…las letras ¿Entiendes?, en esencia lo que nos cautiva de una obra no es la obra en sí misma, sino el reconocimiento velado de que ese sujeto sensible ha podido expresar algo que nosotros entendemos con la no-razón, y que de haber podido materializar en alguna forma del arte, lo hubiéramos hecho tal y como lo hizo aquél… ¿Entiendes?
Yo me quedé alelado con la disertación de mi amigo, no sé si por lo revelador del mensaje, o por la sorpresa de escuchar más de quince palabras consecutivas salir de su boca. Al notar mi aturdimiento, Gilberto continuó, ya encaminándome de regreso a la sala donde Sir Hilo Black continuaba su lectura.
—No es de extrañar que dos o más personas capten una misma vibración, ¿Entiendes?, aunque en teoría es muy poco probable, dos o más individuos pueden sintonizar el mismo canal simultáneamente, cabe la posibilidad de que el mismo mensaje sea decodificado en diferentes puntos geográficos e incluso, en diferentes momentos históricos: De pronto pueden darse los pastiches inconscientes, irreflexivos, o como yo les llamo, no deliberados.
Al reingresar a la sala, Sir Hilo Black, que prologaba su quinta lectura, hizo una pausa que me pareció siniestra y esperó hasta que nos acomodamos en el sitio que amablemente nos indicó un coordinador del evento, en el rincón más alejado del recinto. Al enfocar mi astigmatismo sobre la boca del escritor que anunciaba su lectura de cierre, se me ocurrió que sería interesante escribir este singular pasaje de mi vida; agregando, por supuesto, la extravagante teoría expuesta por Gilberto en los pasillos. Saque mi cuaderno de bolsillo y mi Mont Blanc pirata para hacer la anotación esquemática de la idea, cuando caí presa de un extraño sopor (como el que avasalla a mis personajes literarios en alguna intrincada escena solipsista) al escuchar de viva voz de Sir Hilo Black, la lectura de un cuento en donde el personaje central de la historia tenía un amigo que se llamaba Gilberto Lepe, que era músico de profesión y que cuando escuchaba una tonadilla de moda, generalmente se detenía unos instantes a imaginar la partitura, y luego de lo que parecía un breve reconocimiento, asentía y declaraba: “Ésa a mí se me ocurrió primero”.
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