Puntos de vista

Te observo atentamente durante la clase mientras allá afuera una copiosa lluvia de otoño cubre la ciudad. Tu cabello, todavía mojado, roza la verde pizarra y apoyado en la pared del fondo presto mucha atención a tus lecciones. En mi cabeza no todo está muy claro y las palabras, como suspiros, salen de tu boca y atraviesan el aula. Cierro los ojos y pienso.
Por un instante mi mente fusiona tu voz, tu dulzura y tu caminar con mi juventud. Luego, aparecen llamas de velas que cortan el oscuro ambiente y de inmediato decidimos estar solos e investigar nuestros cuerpos.
Comienzo a navegar sin timón por esos lugares anhelados mientras tú como olas endiabladas azotas mi espalda. Tu vientre recorre mi mano y mi boca envuelve tu piel. Somos uno. No pensamos en nada.
El sudor de tu espalda empaña el cristal de una copa de vino mientras bebemos sin respirar la ansiedad del pecado.
La almohada en tu cintura pide que la abrace y la belleza de tus piernas invita a brindar. No hay amistad. No hay tiempo. Somos combatientes en ésta batalla cuerpo a cuerpo. No quiero la paz y no quiero que amanezca.
Me pides que te bese un poco más. Por favor un poco más. Tu lengua sabe a miel y ésto realmente es hermoso. Gracias por venir amor de mi vida.
En ese momento mi iluminado rostro y mi cuerpo casi deslizado al final de la silla, se exaltaron con el estridente timbre. El recreo no podía esperar.